Por Dubián Cañas
A una visión de la ciencia como institución social se le pueden plantear dos desafíos. El primero de ellos es explicar cuáles son los límites que separan y diferencian la práctica científica de otras instituciones sociales. Si la ciencia es una institución, ¿qué la hace distintiva de otras prácticas como la religión, el arte o la política? El segundo desafío tiene que ver con desarrollar una explicación de la racionalidad científica que dé cuenta del origen de la normatividad que gobierna a la ciencia sin dejar de lado aquel elemento constitutivo de la misma que es producir conocimiento sobre el mundo natural. Si las instituciones sociales son auto-referenciales y auto-creativas (Bloor, 1997), ¿qué función desempeña el mundo natural en la formación del conocimiento que la institución científica produce?
El enfoque institucional sobre la normatividad ofrece elementos para responder a ambos desafíos. Bajo este enfoque, la práctica científica es la forma como comunidades se relacionan cognitivamente con el mundo natural y producen conocimiento en función de los objetivos e intereses de las comunidades. Los elementos institucionales de la ciencia son el mecanismo que permite sostener una relación cognitiva coherente con el mundo no-social: son aquello que hace que el conocimiento de la naturaleza sea algo más que una “colección atomizada de esfuerzos y opiniones individuales” (Bloor, 2004: 929). Sin embargo, el aspecto institucional no es el único elemento constitutivo de la ciencia. La práctica científica es distintiva de otras prácticas sociales porque se desarrolla manteniendo una conexión o vínculo permanente con el mundo que investiga. Esto hace que la institución científica no sea auto-creativa, pues involucra los procesos auto-referenciales y convencionales de la actividad social junto con la referencia externa, es decir, comprende tanto la interacción experimental con el mundo como su clasificación lingüística mediante teorías. En una palabra, los científicos al producir conocimiento interactúan sensorialmente con el mundo y a través la institución (Bloor, 1999).
Ahora bien, ¿de qué manera y en qué medida interviene el mundo natural y la experiencia sensorial en las actividades de la institución científica? Lo que permite la coordinación y sostenimiento espacio-temporal de la ciencia es la organización social dada a través de procesos consensuales y de acuerdo entre los miembros (Kusch, 2002). En la ciencia, el consenso tiene por base la experiencia que los individuos tienen del mundo y el acuerdo sobre las maneras de interpretar los fenómenos. Esto quiere decir que los procesos consensuales tienen lugar desde el nivel acerca de qué cuenta como una observación fiable y un hecho científico legítimo, hasta el nivel de la construcción y evaluación de complejas teorías científicas. Por ejemplo, ¿qué garantiza el acuerdo y por tanto la institucionalidad a nivel de las teorías? La respuesta sería que lo es el acuerdo sobre los intereses de la práctica científica y el acuerdo en relación con qué existe en el mundo y qué propiedades tiene (es decir, el acuerdo a nivel de la observación y la experimentación). ¿Y qué garantiza el acuerdo a nivel de la observación y la experimentación? Según el Programa Fuerte, dos cosas: (1) la fiabilidad y estabilidad de las facultades cognitivas individuales y (2) la independencia de las facultades en relación con las creencias o más ampliamente con los aspectos institucionales (Barnes, Bloor, & Henry, 1996). El primer elemento hace que los datos perceptuales sean confiables y que puedan ser información impersonal y compartida. El segundo elemento (el “dualismo” entre lo psicológico y lo social) justificaría por qué la institución científica no es auto-creativa.
Desde el finitismo sociológico, la naturaleza es indiferente a las creencias que la ciencia produce sobre ella únicamente en el sentido en que distintas teorías científicas responden igualmente a la experiencia y pueden ser soportadas por ella. De igual modo, el conocimiento existente tampoco enseña por sí solo la forma correcta de extender una teoría a nuevos fenómenos. Estos dos aspectos hacen de la ciencia una actividad permanentemente dinámica, ya que la aplicación de teorías a nuevos fenómenos implica la modificación de su contenido en tanto que el conocimiento existente no contiene las futuras instancias particulares a las que eventualmente pueda extenderse (Barnes et. al., 1996). En últimas, esto significa que el científico usa el conocimiento existente de manera diferente, aplicándolo a distintos fenómenos y por tanto cambiando su contenido. En consecuencia, el cambio en el contenido del conocimiento (o “cambio teórico”) es el resultado simultáneo del cambio en las prácticas, es decir, la práctica y el conocimiento que produce son procesos indisociables que ocurren al tiempo.
Si se acepta esta última afirmación, el origen de la normatividad científica es un origen socio-histórico: tiene que ver con el desarrollo de la institución científica a través del tiempo (Guillaumin, 2009). Las normas científicas, que son patrones estables de comportamiento, es decir, descripciones de actividades institucionalizadas, se originan cuando aparece una nueva forma de hacer ciencia y se transforman cuando se modifican las actividades investigativas que describen. ¿De dónde proviene su origen propiamente epistémico, o sea, su carácter obligante? La respuesta es que surge del éxito que comporte la práctica que rigen. Las actividades llegan a ser institucionalizadas cuando son aceptadas colectivamente por las comunidades, y son aceptadas porque son actividades con las cuales se logran los objetivos cognitivos de dichas comunidades: dar cuenta satisfactoria del comportamiento de la naturaleza (y) en función de los compromisos compartidos de los investigadores (Shapin, 1982).
En resumen, la normatividad científica se constituye en el seno de las prácticas científicas mismas y su desarrollo. Esta normatividad es propia de la ciencia porque está referida a la regulación de actividades que buscan clasificar satisfactoriamente los fenómenos naturales y al mismo tiempo lograr los objetivos particulares que las prácticas se trazan a sí mismas. Si una norma obliga a una acción cuyo resultado no es ninguno de los dos antes señalados, la norma no es obligante, no tiene ningún estatus epistémico, y no hace parte de la institución. Por el contrario, cuando la norma describe una acción que resulta ser exitosa, ésta adquiere o posee el valor de precepto sobre cómo se debe llevar a cabo la investigación.
Referencias
Barnes, B., Bloor, D., & Henry, J. (1996). Scientific Knowledge. A sociological Analysis. Chicago: University of Chicago Press.
Bloor, D. (1997). Wittgenstein, Rules and Institutions. London: Routledge.
_______. (1999). Anti-Latour. Studies in the History and Philosophy of Science. A, 30: 81-112.
_______. (2004). Sociology of Scientific Knowledge. In: Handbook of epistemology. Dordrecht: Kluwer Academic Publishers.
Guillaumin, G. (2009). Normativismo histórico, una propuesta sobre la génesis de la normatividad epistémica de la ciencia. En: J. M. Esteban, & S. F. Martínez (Eds.), Normas y prácticas en la ciencia. (pp. 112-127). México: UNAM.
Kusch, M. (2002). Knowledge by agreement: The Programme of Communitarian Epistemology. Oxford: Clarendon Press.
Shapin, S. (1982). History of Science and Its Sociological Reconstructions. History of Science, 20: 157-211