Laura Valencia Maya
laura.valencia4@udea.edu.co
Institituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
Una de las preguntas más importantes que tienen la filosofía actual y otras disciplinas como la psicología acerca de los procesos cognitivos es ¿qué tanto de ellos realmente se concentra meramente en el cerebro? Según la visión tradicional, procesos como la memoria, la atención, el lenguaje, etc. se llevan a cabo únicamente en la estructura intracraneal, negando que otros elementos, tanto del cuerpo como del ambiente, tengan en aquellos una función fundamental.
Pero tesis como la de la cognición 4E (encarnada, incrustada, enactiva, extendida) proponen que, en realidad, los procesos cognitivos se nutren, fundamentan, e incluso constituyen por elementos que no están en el cerebro, y ni siquiera en el individuo mismo (Rowlands, 2010). Los objetos, las personas a nuestro alrededor, los lugares, la manera de organización, entre otros, son de vital importancia para la cognición, no solamente como un andamio para que tenga lugar, sino, como algunos como Clark y Chalmers (1998) lo han propuesto, incluso como constituyentes mismos de esos procesos sin los cuales aquellos no serían posibles en absoluto.
Y es que en el mundo contemporáneo en que dependemos cada vez más de lo externo, particularmente de la tecnología, para llevar a cabo nuestras actividades, parece necesario aceptar que nuestra mente no se reduce a lo orgánico o interno individual, sino que, más bien, se expande de múltiples maneras al entorno. El cerebro, el cuerpo y el ambiente en que se sitúa el individuo trabajan de manera acompasada, como un único sistema, para producir los procesos cognitivos (Rupert, 2009; Bruin, et al, 2018; Siegel, 2016; Heras- Escribano, 2019).
La tesis de la cognición 4E se relaciona con la visión ecológica sobre la cognición, según la cual el entorno juega un papel fundamental en ella, siendo un participante activo, no un mero elemento pasivo en sus procesos (Heras-Escribano, 2019). Así, la cognición no surge exclusivamente a partir de los procesos internos, sino que es un proceso adaptativo que emerge de las relaciones dinámicas entre el individuo y el mundo, las cuales son posibilitadas por las affordances (más adelante desarrollaré más este concepto).
Para ampliar lo anterior debemos remitirnos a la noción de artefactos epistémicos. Estos son elementos cuya función, propia o sistemáticamente otorgada, coadyuvan, complementan o incluso sustituyen muchos de los procesos tradicionalmente comprendidos como netamente internos (Mejía & Crelier, 2019). Los artefactos epistémicos, van desde los objetos, hasta los espacios, formas, personas, actividades, etc., y benefician, mejoran, o incluso sustituyen por completo procesos mentales. Como lo expresa Chalmers (en Clark, 2008):
Hace un mes compré un iPhone. El iPhone ya se ha hecho cargo de algunas de las funciones centrales de mi cerebro. Ha reemplazado parte de mi memoria, almacenando números de teléfono y direcciones con los que alguna vez habría agotado mi cerebro. Alberga mis deseos […] Lo uso para calcular […] Es un recurso tremendo en una discusión, con Google siempre presente para ayudar a resolver disputas. Hago planes con él, usando su calendario para ayudarme a determinar lo que puedo y no puedo hacer […]. El iPhone ya forma parte de mi mente (p. IX)
De la misma manera sucede con libretas, libros, calculadoras, mapas, sistemas GPS, y otros, que suplementan el organismo al punto de convertirse en recursos cognitivos (Rupert, 2009).
Sin embargo, para relacionarnos con esos artefactos de la manera mencionada es necesario, primero, entenderlos en tanto cognitivos. Es decir, debemos percibir por medio de ellos la posibilidad de la acción cognitiva o su potenciación, y relacionarnos con ellos en concordancia. Me refiero aquí a las affordances (traducido al español como afordancias). Según esta teoría, propuesta por Gibson (1986), cuando percibimos nuestro entorno no lo hacemos en primera instancia en términos de formas, colores, u otras propiedades particulares de las cosas, sino en términos de lo que ellas nos puedan facilitar o permitir (afford) en términos de acción.
La visión Gibsoniana será problematizada y ampliada por autores como Chemero (2003), quien propondrá que las afordancias no son propiedades de los objetos (como podría entenderse a partir de Gibson), sino que surgen a partir de relaciones sujeto-objeto-situación. Norman (2013) sostendrá que se dan desde una interacción sujeto-mundo, en la cual influyen incluso las sensaciones, y que de allí parten procesos de acción. Kaufmann y Clément (2007) dirán que ellas, más que ser propiedades intrínsecas de las cosas, se construyen socio- culturalmente. O, como lo expone Heras- Escribano (2019), “percibimos las oportunidades para actuar como las formas en las que el entorno nos ofrece ciertas acciones, y esto ha sido previamente establecido por nuestra propia historia de interacciones con nuestro entorno” (p. 15, traducción propia).
Pero esas definiciones de las afordancias se restringen al ámbito de la acción corporal (tomar, agarrar, abrir, etc.) dejando aún sin explicar la acción mental (recordar, calcular, atender, etc.). Ante esto, McClellan (2019) dirá que no solamente percibimos los afordancias para llevar a cabo acciones corporales, sino también percibimos afordancias mentales que motivan acciones mentales, como el recordar. Así pues, la teoría de los affordances de Gibson debe ampliarse en dos sentidos: primero, debe considerarse que las afordancias no solamente se encuentran en el ambiente natural, sino que pueden y en general son constituidas socio-culturalmente y desde el propio individuo, basado en sus capacidades y necesidades (Chemero, 2003; Kaufmann & Clément, 2007); y, segundo, que no se refieren sólo a las posibilidades de acción física, sino también a lo mental (McClelland, 2019). Esta ampliación conceptual nos permitirá comprender cómo es que entendemos los artefactos epistémicos en tanto tales, y los usamos siempre en el margen de comprensión previamente instituido.
Lo anterior nos muestra dos puntos importantes:
- Los procesos cognitivos se apoyan en elementos externos que los mejoran o posibilitan, lo que nos indica que se sobrepasan las barreras orgánicas e internas del individuo.
- Al relacionarnos con algunos objetos percibimos en ellos las posibilidades de acción, en este caso mental, que nos otorgan. Así podemos comprender los artefactos como parte de nuestros procesos cognitivos.
El primer punto nos indica que la cognición no es un proceso meramente interno. De esto se desprende que incluso la memoria, en tanto proceso cognitivo, también dependerá de los factores externos para tener lugar. Por ejemplo, la proliferación de dispositivos, en los cuales los individuos confían plenamente para, de alguna manera, complementar su capacidad de almacenar información. Ejemplos de ayudas externas a la memoria también incluyen cuadernos, teléfonos inteligentes y dispositivos GPS, los cuales funcionan como ayudas para el almacenamiento y procesamiento de la información, y mejoran el rendimiento de la memoria. El segundo punto nos indica que nos relacionamos con ciertos objetos por las posibilidades que nos otorgan en relación a lo mental, percepción que va a depender de nuestras necesidades y nuestras capacidades, así como del mismo ambiente en que son percibidas (Bruin, et al, 2018; Gastélum, 2014).
Ambos puntos, entonces, pueden traducirse en que la cognición tiene que verse desde un punto de vista amplio, no limitado a las barreras internalistas, sino que siempre es dependiente de lo externo. Sin embargo, aún queda por examinar en qué medida los artefactos externos, reconocidos como herramientas cognitivas, pueden considerarse una extensión genuina de la cognición en un sentido riguroso, a partir de la hipótesis de las afordancias mentales.
Referencias
Bruin, L., Gallagher, S. & Newen, A. (Eds.) (2018) The Oxford handbook of 4E Cognition. Oxford University Press.
Chemero, A. (2003). An Outline of a Theory of Affordances. Ecological Psychology, 15(2), 181-195. https://doi.org/10.1207/S15326969ECO1502_5
Clark, A. & Chalmers, D. (1998) The extended mind. Analysis 58 (1) 7- 19.
Clark, A. (2008) Supersizing the mind: embodiment, action, and cognitive extension. Oxford University Press.
Gastélum, M. (2014) La afordancia como herramienta epistémica y ontológica en la demarcación de los sistemas cognitivos desde las posturas situadas. Metatheoria – Revista De Filosofía E Historia De La Ciencia, 5(1), 145–158.
Gibson, J.J. (1986) The ecological approach to visual perception. Taylor & Francis Group LLC.
Heras- Escribano, M. (2019). The Philosophy of Affordances. Palgrave Macmillan.
Kaufmann, L. & Clément, F. (2007) How Culture Comes to Mind: from Social Affordances to Cultural Analogies, Intellectica 2(46) 221-250.
McClelland, T. (2019) The Mental Affordance Hypothesis, Mind. 129 (514) 401- 427
Mejía, J. & Crelier, A. (2019) De la telaraña a la Web: artefactos cognitivos en animales no- humanos. ArtefaCTos. Revista de estudios de la ciencia y la tecnología. 8 (2) 27-52.
Norman, D. (2013). The Design of Everyday Things. Basic Books.
Rowlands, M. (2010). The new science of the mind: From extended mind to embodied phenomenology. MIT Press.
Rupert, R. (2009) Cognitive systems and the extended mind. Oxford University Press.
Siegel, D. (2016) Mind: a journey to the heart of being human. W.W. Norton & Company.