Salvador David Chinchilla Duque
salvador.chinchilla@udea.edu.co
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
He aquí una sugerencia plausible: así como hay cosas que puedo hacer intencionalmente moviendo mi cuerpo —p.ej. alzar el brazo o conducir un vehículo—, también hay cosas que puedo hacer intencionalmente con mi mente. Al decidir qué ponerme para una reunión, recitar un poema como parte de mi monólogo interno, o recordar el rostro de mi madre en respuesta a una solicitud de que lo haga, parezco estar llevando a cabo acciones voluntarias y deliberadas de una variedad específicamente mental. En años recientes, esta idea ha despertado el interés de diversos teóricos de la acción, filósofos de la mente y científicos cognitivos, y el tema de la acción mental ha llegado a recibir considerable atención (Peacocke, 2021). Sin embargo, a pesar de lo intuitivamente atractivo que resulta concebir nuestras vidas mentales como un ámbito en buena medida agencial, gran parte del trabajo realizado en esta área ha estado consagrado a confutar una prominente forma de pesimismo sobre la agencia mental, debida sobre todo a Galen Strawson.
Strawson (2003) describe el “punto central” de sus reflexiones como sigue: “El rol de la acción genuina en el pensamiento [entendido como cualquier tipo de estado que posea contenido][1] es si mucho indirecto. Es enteramente preliminar, es esencial y meramente catalítico” (p. 231).[2] Su postura ha sido a veces catalogada como una especie de escepticismo respecto a la agencia mental, pero resulta más preciso decir que es un tipo de pesimismo sobre el alcance de la misma: no es que Strawson sostenga que no existe diferencia alguna entre aquellas instancias de —póngase por caso— recuerdo que clasificaríamos como intencionales y aquellas que no; lo que cree, más bien, es que todo lo que distingue al primer tipo de instancias es el hecho de que, en ellas, realicemos ciertas operaciones intencionales que preludian o preparan el terreno para la aparición de determinadas representaciones mentales. Podemos concentrarnos en la tarea, esperar a que el contenido conjurado venga o mantener presente alguna especificación conceptual a la que este deba conformarse, pero eso es todo: hay un punto en el cual solo cedemos el control y dejamos pasivamente que dicho contenido llegue, sin que haya mucho que podamos hacer en caso de que no.
Pensar que este venir del contenido es una acción parece “como pensar, cuando uno ha arrojado un dardo, que la entrada del dardo en la diana es ella misma una acción” (Strawson, 2003, p. 242). La tesis de Strawson es que todo evento o estado de un sujeto pensante en el que se instancie u ocurra un contenido[3] se encuentra, en virtud de su carácter incontrolado o automático, más allá de los límites de la agencia: ningún evento tal es una acción, aunque puedan existir acciones preliminares que lo propicien y catalicen. Así, la contribución del agente en los estados con contenido, cuando existe, es por necesidad indirecta. Estos razonamientos tienen una cadencia distintivamente fenomenológica: parecen centrarse en la manera espontánea, repentina, balística y pasiva en que experimentamos la venida del contenido. No obstante, para Strawson, esta apariencia de pasividad supone una automaticidad real, es el reflejo de una brecha verdaderamente existente entre lo que hacemos como agentes y lo que en últimas se produce y presenta a nosotros en ciertos estados mentales.
Varios filósofos recientes (Proust, 2013; Wu, 2013) han expuesto, aunque a menudo sin suscribirlas, versiones de esta tesis más arraigadas en el acervo conceptual de las ciencias cognitivas. Según aquellas, son una sarta de mecanismos psicológicos rápidos y subterráneos los que llenan la brecha entre las actividades preparatorias y la ocurrencia del contenido, los que hacen el verdadero trabajo de producir este último. El agente pone las cosas en marcha, pero luego deja lo demás a mecanismos de naturaleza subpersonal —que actúan por fuera de su consciencia— y automática —que se basan en rígidas estructuras de inputs y outputs, y siguen su curso sin necesidad de que se atienda a ellos y se los controle activamente—. Así, siendo la agencia una capacidad para ejercitar control sobre eventos o procesos, y siendo la automaticidad una falta de control en relación con estos, se sigue del automatismo de los procesos mentales ya mencionados que en ellos no hay agencia y que no son acciones.
A pesar de su relativa sencillez, esta línea de pensamiento ha resultado una piedra en el zapato para los teóricos de la agencia mental, muchos de los cuales se han visto abocados a responder a ella. Entre esas respuestas, una de las más notables es la de Alfred Mele (2009). Este es a menudo tratado como un mero epígono de Strawson y continuador de su pesimismo; sin embargo, la intención declarada de su trabajo es mostrar que “incluso si ninguna de estas cosas [recordar, imaginar, etc.] son acciones, hay mucho espacio para la acción mental en su producción” (2009, p. 33). Recordar —por tomar el ejemplo predilecto de Mele— no es una acción, pues es un evento puramente automático; esto, sin embargo, no quiere decir que toda nuestra contribución a la aparición de contenidos mnémicos sea correctamente descrita como catalítica o preliminar. A juicio de Mele, existen muchos eventos automáticos sobre los que podemos tener un importante grado de control agencial, aunque ellos mismos no sean acciones.
Considérese un estornudo: la mayoría de los seres humanos somos incapaces de estornudar solo con quererlo; se trata de un acto reflejo, del que participa una serie de reacciones físicas incontrolables e involuntarias. Sin embargo, es posible que provoquemos el estornudo, que nos hagamos estornudar. Esta acción, la de hacerse a uno mismo estornudar, es intencional, y, si se lleva a término con éxito, implica que uno efectivamente estornude. También es una acción no básica, o sea, un acto realizado de manera mediata, a través un conjunto de estrategias previas y causando indirectamente que sucedan ciertas cosas, como el consabido estornudo.[4] Al igual que estornudar, recordar no es para Mele una acción, pero el proceso completo de crear condiciones propicias para el recuerdo y luego dejar que este llegue —el proceso completo de hacerse a uno mismo recordar— es una acción no básica. La agencia es algo propio de la totalidad de tal proceso, no solo de sus fases iniciales.
La idea crucial de Mele es que la automaticidad, a pesar de que implique en algún sentido una falta de control, no es incompatible con toda acción. Muchos filósofos posteriores han explotado una idea parecida en sus respuestas al desafío strawsoniano: se ha dicho, por ejemplo, que la clase de operaciones reconstructivas que involucra la memoria episódica, aunque sean en buena medida automáticas, requieren formas de monitoreo metacognitivo que podrían contar como un tipo de control agencial (Arango Muñoz y Bermúdez, 2018); también, que cierta automaticidad es propia de actividades, como el recuerdo, en las que se pueden tener distintos grados de habilidad o destreza (Goldwasser, 2022). Con todo, un elemento que parece estar ausente en los textos más recientes sobre el tema es la distinción entre las acciones básicas y no básicas. Si se admite, según se ha hecho lugar común, que no solo el hacerse recordar sino el recordar mismo es una acción, la pregunta sobre si esa acción puede realizarse sin ningún medio ulterior, a la manera en que uno realiza sus movimientos corporales, se mantiene en pie.
Esta pregunta es importante, pues, de responderse negativamente, resultaría todavía viable alguna versión, aunque mitigada, de la tesis de Strawson: de ser el recuerdo, la imaginación y demás estados acciones no básicas, podría decirse que nuestra contribución agencial en ellos es indirecta y depende de “movimientos” mentales más simples en los cuales no se produce contenido alguno. Contra esta conclusión puede esgrimirse el apunte de Wayne Wu (2013) según el cual la clase de automaticidad a la que Strawson y Mele aluden en los procesos psicológicos no es radicalmente diferente de la automaticidad de las cadenas causales macro y microfísicas que tienen lugar cada vez que movemos nuestras extremidades: ni unos ni otros mecanismos causales figuran en las intenciones del agente a nivel personal, y ni de unos ni de otros tiene este conocimiento o control en sentido estricto. Si esto es verdad, podría argumentarse que la producción y aparición de contenido mental es, no solo una acción, sino una acción básica. Sin embargo, esta posición, aunque prometedora, no ha sido desarrollada en la literatura filosófica por el momento.
La agencia mental es un tema novedoso para la filosofía contemporánea, pero cuya importancia para explicar otros fenómenos de gran interés, como el autoconocimiento (O’Brien, 2005, Peacocke, 2021) o la imputación de responsabilidad por nuestras acciones físicas (Vierkant, Kiverstein y Clark, 2013),[5] ha sido ya ampliamente reconocida. Discutir la naturaleza y el alcance de tal agencia no es, por tanto, un asunto baladí. A pesar de que existe un consenso general de rechazo del pesimismo strawsoniano —al menos en sus variantes más radicales—, no parece que tenga nadie todavía la última palabra en su refutación, ni la fórmula definitiva para lidiar con todas las cuestiones subsidiarias que de él se derivan. Mucho trabajo conceptual y empírico es aún necesario para llegar ese punto, trabajo que puede aportar a nuestra comprensión de la mente y la acción.
Referencias
Amaya, S. (2017). Basic Actions Reloaded. Philosophy Compass, 1-10. doi:10.1111/phc3.12435
Arango Muñoz, S., & Bermúdez, J. P. (2018). Remembering as a Mental Action. En K. Michaelian, D. Debus, & D. Perrin, New Directions in the Philosophy of Memory (págs. 75-96). Routledge.
Goldwasser, S. (2022). Memory as Skill. Review of Philosophy and Psychology. doi:10.1007/s13164-021-00605-x
Mele, A. (2009). Mental Action. A Case Study. En L. O’Brien, & M. Sotteriou, Mental Actions (págs. 17-37). Oxford University Press.
O’Brien, L. (2005). Self-Knowledge, Agency and Force. Philosophy and Phenomenological Research, 580-601.
Peacocke, A. (2021). Mental Action. Philosophy Compass, 1-15.
Proust, J. (2013). Mental Acts as Natural Kinds. En A. Clark, J. Kiverstein, & T. Vierkant, Decomposing the Will (págs. 262-280). Oxford University Press.
Strawson, G. (2003). Mental Ballistics or the Involuntariness of Spontaneity. Proceedings of the Aristotelian Society, 227-256.
Vierkant, T., Kiverstein, J., & Clark, A. (2013). Decomposing the Will: Meeting the Zombie Challenge. En Decomposing the Will (págs. 1-30). Oxford University Press.
Wu, W. (2013). Mental Action and the Threat of Automaticity. En A. Clark, J. Kiverstein, & T. Vierkant, Decomposing the Will (págs. 244-261). Oxford University Press.
Notas
[1] Por “contenido” puede entenderse aquello que representa un estado mental, aquello sobre o de lo cual trata.
[2] Todas las citas de textos en lengua inglesa han sido traducidas por mí. No puedo, por motivos de extensión, transcribir su versión original en las notas al pie.
[3] Esto incluye, entre otros, la memoria, la imaginación, y las actitudes proposicionales: creencia, intención, deseo, duda, etc.
[4] Según la definición más usual (Amaya, 2017), una acción A es básica si no hay otra acción B que se realice como medio para realizar A. El ejemplo menos controvertido son los movimientos corporales simples, como levantar el brazo.
[5] Nuestras actos físicos están causados por estados mentales. Si tales estados no son agenciales, ¿cómo puede serlo lo que causan?