Santiago Arango Muñoz
santiago.arango5@udea.edu.co
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
El dualismo es la tesis metafísica según la cual la mente y el cuerpo son dos sustancias diferentes con propiedades diferentes. A lo largo de la historia de la filosofía, esta ha sido la concepción dominante y se puede rastrear claramente al menos hasta Platón, aunque probablemente sea mucho más antigua y hay quienes sostienen que viene de la tradición religiosa de la india. En esta entrada me concentraré en la tradición filosófica occidental.
En diálogos como El Fedón, El Fedro y La República, Platón presenta diferentes mitos y argumentos para sustentar el dualismo. Aquí me limitaré a resumir el argumento principal de El Fedón. El cuerpo y la mente son dos sustancias diferentes porque el cuerpo es perecedero mientras que la mente es inmortal (Fedón, 80b). Esto se deriva del hecho que el conocimiento, para Platón, se da por la contemplación de las Ideas y estas son eternas e inmutables. Entonces la mente, para poder conocerlas, debe tener su misma naturaleza y ser eterna e inmutable.
Otro filósofo fundamental en la historia del dualismo es Descartes. En sus Meditaciones Metafísicas (16), Descartes presentó varios argumentos a favor del dualismo. Concentrémonos en dos. El primero tiene que ver con la definición de la esencia de cada una de las dos sustancias. Con respecto al cuerpo, Descartes ofreció una visión mecanicista muy influyente en su época, según la cual los efectos materiales eran producidos por una serie de causas materiales que se seguían unas a otras como las fichas de dominó al caer. El cuerpo, o res extensa como él la llamaba, tiene como característica esencial ocupar un lugar en el espacio y tener extensión. Además, es inerte y pasivo, y está determinado por las leyes de la naturaleza. En contraste, la mente, o res cogitans como él la llamaba, tiene como característica fundamental el pensar. Esta es una entidad libre, viva y activa, y además no está determinada por los mecanismos corporales ni las leyes de la naturaleza. Como cada una de estas entidades tiene características tan diversas y en apariencia incompatibles, entonces se puede concluir que se trata de dos sustancias totalmente diferentes.[1]
Otro argumento que presenta Descartes en sus Meditaciones se conoce hoy como el argumento modal. El argumento reza así: Todo lo que yo puedo concebir clara y distintamente es susceptible de existir y de ser el caso. Todo lo que puedo concebir así, Dios pudo crearlo de tal manera. Ahora bien, como yo puedo concebir la mente sin el cuerpo, y el cuerpo sin la mente, entonces cada una tiene que existir independientemente el uno del otro. La unión de cuerpo y mente no es una unión necesaria, sino contingente.
Luego de que Descartes presentó su versión del dualismo, le llovieron numerosas críticas y objeciones. Para citar un solo ejemplo, leamos la que le hace la princesa Elisabeth de Bohemia en una carta: “No puedo entender la idea por la cual debemos juzgar cómo el alma (no-extendida e inmaterial) puede mover el cuerpo… Y confieso que me sería más fácil conceder al alma la materia y la extensión, que no a un ser inmaterial la capacidad de mover un cuerpo y de ser movido por él” (Elisabeth a Descartes, La Haya, 20 de junio de 1643). Estas líneas presentan lo que se ha conocido como el problema de la interacción entre la mente y el cuerpo en la filosofía de la mente: Intuitivamente nos parece que existen relaciones causales entre la mente y el cuerpo. Por ejemplo, si deseo levantar una mano, mi mano se levanta; si me doy un golpe en un dedo, siento dolor ¿cómo pueden interactuar causalmente la mente y el cuerpo siendo dos sustancias de naturaleza totalmente diferente e incompatible?
Una gran parte de la filosofía de la mente contemporánea se ha concentrado en tratar de resolver este problema heredado de Descartes. Entre las soluciones propuestas está rechazar el dualismo y defender un tipo de monismo. Sin embargo, en esta entrada me concentraré en tres soluciones dualistas: el paralelismo mente-cuerpo de Leibniz, el ocasionalismo de Nicolas Malebranche, y el epifenomenalismo presentado por Thomas Huxley (1884) y Frank Jackson (1982).
Empecemos pues por paralelismo mente-cuerpo: según Leibniz, creemos que hay interacción entre la mente y el cuerpo por el simple hecho de que apreciamos una correlación entre eventos físicos y mentales. Sin embargo, ésta es sólo eso una “co-relación” que genera la apariencia de interacción, no una interacción propiamente dicha. La idea de Leibniz es afirmar que no hay interacción alguna entre mente y cuerpo. Dios ha creado el universo de tal manera que los eventos mentales y físicos avanzan en paralelo, en total armonía, sin afectarse mutuamente, y la impresión de interacción entre la mente y el cuerpo es sólo una ilusión fruto de tal armonía preestablecida.
Malebranche, por su parte, siguiendo el mismo razonamiento según el cual es metafísicamente imposible que dos substancias de naturaleza tan distinta puedan interactuar causalmente, concluye que no existe tal interacción. No hay interacción causal entre cuerpo y mente: la mente no causa nada en el cuerpo (no causa acciones, por ejemplo), y el cuerpo no causa nada en la mente (no causa percepciones, por ejemplo). Pero entonces, ¿cómo resolver el problema de la impresión que tenemos de que tal causalidad existe? ¿De dónde proviene tal impresión? Malebranche responde tales preguntas con su teoría del ocasionalismo: según esta perspectiva, sólo hay una causa en el mundo porque sólo hay un Dios verdadero; la naturaleza o el poder causal de cada cosa no es otro que el poder de Dios. Todas las causas naturales no son causas reales sino causas ocasionales del poder de Dios. Como el cuerpo no puede causar nada en la mente y viceversa, entonces se necesita de un tercero que medie entre ambos en cada ocasión de interacción aparente.
Finalmente, el epifenomenalismo fue una solución al problema de la interacción entre la mente y el cuerpo que tuvo bastante resonancia en el siglo XX porque parecía armonizar dos datos importantes sobre la mente. Por un lado, los avances de la neurociencia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX nos mostraban que el cerebro y la mente estaban íntimamente ligados, por lo que el dualismo de sustancias parecía una opción poco probable. Por otro lado, el epifenomenalismo preservaba la intuición de que la mente y el cuerpo son diferentes al proponer que, aunque existe una sola sustancia, esta tiene dos tipos de propiedades diferentes: propiedades físicas y propiedades mentales. Según esta teoría, la mente es un efecto de la actividad cerebral, pero ella no tiene poder causal alguno sobre el cuerpo. Es decir, es causada por el cuerpo (en particular, por el cerebro), pero ella misma no puede causar nada en el cuerpo. Tal como ocurre con el humo que produce la locomotora que no tiene un efecto en el comportamiento de esta; o la sombra que carece de poder causal sobre el cuerpo que la proyecta. Así pues, según el epifenomenalismo hay fenómenos físicos que tienen propiedades mentales, pero estas propiedades mentales son causalmente inertes. Así, por ejemplo, cierta activación cerebral puede causar la experiencia no-física de dolor, pero la experiencia misma no causa nada en el cuerpo. La contracción muscular, el grito o el llanto que acompañan el dolor son causados por otro estado cerebral o corporal, y no por el dolor mismo.
Uno de los argumentos más famosos para sostener el epifenomenalismo y el dualismo de propiedades es conocido como el “Argumento del conocimiento” y fue propuesto por Frank Jackson. Él plantea el caso imaginario de Maria, una neurocientífica que sabe toda la información física sobre la percepción del color: ella sabe todo lo que hay que saber sobre las ondas lumínicas, las reacciones de la retina, y cómo esta información es tratada en el cerebro, etc. Sin embargo, María fue educada en una habitación en blanco y negro mediante un televisor y una computadora también en blanco y negro, y por lo tanto nunca ha visto el color. Jackson plantea la siguiente pregunta: ¿Será que María aprende algo nuevo al salir de la habitación y ver el color rojo? La respuesta que da Jackson es afirmativa; María aprende algo nuevo sobre la percepción del color al salir, en particular aprende algo nuevo sobre las propiedades fenoménicas de la visión del color: aprende cómo es ver algo rojo. De lo anterior, Jackson concluye que toda la información sobre propiedades físicas no es suficiente para dar cuenta de los fenómenos mentales, ya que estos tienen ciertas propiedades fenoménicas que no tienen cabida en las explicaciones físicas. Estas propiedades fenoménicas no son físicas, y de allí se sigue que hay un tipo de propiedad no-física en la naturaleza que él llama “qualia”.
En esta entrada, he presentado las diversas versiones del dualismo y algunos de sus argumentos principales. El dualismo parece bastante intuitivo. Sin embargo, a lo largo de la historia y sobre todo en el siglo XX con el desarrollo de las neurociencias ha recibido fuertes críticas. A pesar de estas críticas, algunos filósofos todavía defienden versiones del dualismo y es muy probable que este nos siga acompañando a lo largo de la historia.
Texto para el proyecto Mind Madrid de la Universidad Complutense de Madrid. Ver el video: https://youtu.be/BOc64N7hWbo
Notas
[1] Dice Descartes: “Y aunque acaso (…) tengo un cuerpo al que estoy estrechamente unido, con todo, puesto que, por una parte, tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa —y no extensa—, y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, en cuanto que él es sólo una cosa extensa —y no pensante—, es cierto entonces que ese yo (es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy), es enteramente distinto de mi cuerpo, y que puede existir sin él” (Meditación VI).