Carolina Arroyave Montoya
carolina.arroyavem@udea.edu.co
Departamento de Psicología
Universidad de Antioquia
Según Prinz (2004) existen dos perspectivas sobre la naturaleza de las emociones: (i) el abordaje evolutivo y (ii) el abordaje construccionista. Para el primero las emociones son adaptaciones, que fueron resultado de las respuestas psicológicas que se presentaron ante diversas demandas ambientales a las que se enfrentaban nuestros ancestros; dichas respuestas tuvieron una repercusión positiva en la tasa de supervivencia y reproducción, y por tanto fueron favorecidas por la selección natural. Este enfoque concibe las emociones como percepciones de patrones de cambios corporales (e.g. aceleración cardíaca, tensión muscular (James, 1884)) con tendencia a la acción (e.g. huir o luchar). Por el otro lado, el abordaje construccionista, concibe las emociones como evaluaciones cognitivas—i.e. juicios sobre los efectos de una situación en el propio bienestar—, anidadas en guiones comportamentales—i.e. instrucciones de qué hacer ante dichos efectos. Tanto las evaluaciones como los guiones están, por supuesto, dadas culturalmente y, por tanto, reflejan los valores y convicciones de un grupo cultural determinado.
Si nos situamos en el abordaje evolutivo y admitimos que existen emociones básicas y universales, y que cada una tiene expresiones emocionales determinadas, podemos entender que la tendencia a la agresión es propia de la ira, la búsqueda de apoyo social es propia de la tristeza y la huida o lucha ante el peligro es propia del miedo. ¿Pero entonces qué ocurre en los casos en que una emoción se expresa con un comportamiento propio de una emoción opuesta, por ejemplo, cuando lloramos de alegría?
Aragón, Clark, Dyer, y Bargh (2015) llaman a este fenómeno expresiones emocionales dismórficas (EED), y lo atribuyen a situaciones en que una experiencia extrema, sea positiva o negativa, produce emociones intensas que se expresan simultáneamente de forma positiva (e.g. sonrisa) y negativa (e.g. llanto). En circunstancias de tal ambigüedad, como espectadores nos vemos obligados a apoyarnos en el contexto para interpretar correctamente la emoción que alguien experimenta. Por ejemplo, si está llorando en el reencuentro con un ser querido.
Los autores hipotetizan que las EED tienen una función reguladora: aparecen cuando se percibe que la emoción es abrumadora y llega al punto de ser inmanejable, y la regulación se logra a través del balance de una emoción con la expresión emocional de otra. De este modo, se esperaría que hubiera expresiones negativas cuando hay una emoción positiva abrumadora, e igualmente, expresiones positivas cuando hay una emoción negativa abrumadora. Esta hipótesis está soportada por los hallazgos de dos estudios. En el primero, llevado a cabo por Aragón y sus colaboradores, se puso a prueba la aparición de expresiones negativas ante emociones positivas abrumadoras. Utilizaron estímulos que generan ternura, pues basta con apenas presentar la imagen de un bebé para evocar respuestas emocionales positivas fuertes, y activar el sistema de recompensa en el cerebro. Cuando vemos rasgos que recuerdan las facciones de un bebé (baby schema), como lo son ojos grandes y narices pequeñas, hay una tendencia a acercarnos a proveer cuidado y protección, lo cual representa una gran función adaptativa. Evidentemente, se encontraron este tipo de respuestas en el estudio, pero no sólo éstas. Los individuos además mostraron comportamientos expresivos como gruñidos juguetones, apretones, pellizcos y mordidas, que podrían considerarse como manifestaciones agresivas. Pero partiendo de la manifestación explícita de los individuos de no tener ninguna intención de dañar a los bebés, y del contexto en que estas expresiones agresivas ocurren, se asume que estas respuestas no resultan de una agresión real ni de una evaluación negativa de los eventos estímulo. La aparición de expresiones positivas cuando hay una emoción negativa abrumadora es quizás más difícil de imaginar que el caso contrario (de las lágrimas de alegría, o de la agresión en la ternura, mencionados líneas atrás). Pero en efecto, en el estudio realizado por Fredrickson y Levenson (1998), se encontró que algunos participantes sonrieron espontáneamente en los momentos más intensos de la escena triste de una película, y exhibir su tristeza de esta forma dismórfica (sonriendo de tristeza) les permitió una recuperación cardiovascular más inmediata en contraste con aquellos que no sonrieron. Los hallazgos de ambos estudios permiten evidenciar dos cosas: (i) que las EED ocurren de forma general ante varias situaciones emocionales, y no única y específicamente ante, por ejemplo, la alegría; y (ii) que las EED en efecto permiten la regulación emocional (como ocurre en la recuperación cardiovascular).
El fenómeno de las EED podría interpretarse de forma diferente si nos ponemos del lado del abordaje construccionista. Por ejemplo, Barrett (2017) argumenta que, aunque podría parecer que tenemos un «circuito de emociones instalado» (o preconfigurado) en nuestros cerebros, realmente este no es el caso. En realidad, las emociones son de naturaleza predictiva, y no existe un reconocimiento universal. Lo que se presenta realmente son conjeturas basadas en la información adquirida por los individuos durante la ontogenia, y del mismo modo, tampoco hay expresiones emocionales universales: los movimientos físicos no tienen ningún significado intrínseco, somos nosotros quienes ligamos la situación al contexto y la llenamos de sentido. En línea con lo anterior, ambos, la sonrisa o el llanto, pueden ser interpretados (en los demás o en nosotros mismos) como una señal de alegría o tristeza. Para el abordaje construccionista, la lectura de una expresión como indicio de una u otra emoción se acomoda a la vinculación de la expresión con un contexto determinado, y por esta razón no tendría sentido hablar de expresiones dismórficas, ya que en principio no hay expresiones asociadas con emociones de manera predeterminada.
Ahora, ¿por qué debería aceptarse un abordaje y no otro? Por su parte, el abordaje construccionista enfatiza la influencia cultural y social sobre aspectos de las emociones como lo son su expresión e interpretación. La pregunta es si las diferencias interculturales que se dan a causa de este factor son de tal magnitud como para eclipsar y desconocer la herencia filogenética de las emociones, y por tanto desconocer el continuo evolutivo. Si consideramos la evidencia sobre las similitudes entre especies —particularmente entre humanos y demás primates no-humanos (de Waal, 2019)— respecto a las expresiones emocionales (Darwin, 1897), los construccionistas tendrían la tarea de argumentar (i) por qué esta evidencia no es relevante o concluyente, y (ii) cómo ocurre la discontinuidad entre las emociones como adaptaciones, en el caso de las demás especies, y las emociones como evaluaciones cognitivas, en el caso de la especie humana. Con lo anterior no se trata de desconocer la influencia de la cultura como un aspecto constitutivo de la naturaleza humana (Tomasello, 1999, 2014), sino de reconocer que dicha naturaleza está erguida sobre aspectos universales dentro de la especie, que vienen en continuo con las demás formas de vida (Buss, 2005). Por esta razón, pareciera que el punto de partida para el estudio de la naturaleza de las emociones sigue siendo el abordaje evolutivo; no obstante, aún queda abierta la discusión al respecto.
Referencias
Aragón, O., Clark, M., Dyer, R. & Bargh, J. (2015). Dimorphous Expressions of Positive
Emotion: Displays of Both Care and Aggression in Response to Cute Stimuli.
Psychological Science, 26(3), 259–273.
Barrett, L. F. (2017). How emotions are made: The secret life of the brain. Boston, MA:
Houghton Mifflin Harcourt.
Buss, D.M. (2005). The Handbook of Evolutionary Psychology. Hoboken, NJ: Wiley
Darwin, C. (1897). The Expression of The Emotions in Man and Animals. New York, NY: D.
Appleton & Company.
Fredrickson, B. L., & Levenson, R. W. (1998). Positive emotions speed recovery from
cardiovascular sequelae of negative emotion. Cognition & Emotion, 12, 191–220.
James, W. (1884). What is an emotion? Mind, 9, 188-205.
Prinz, J. (2004). Which Emotions Are Basic? In Evans, D. & Cruse, P. (Eds.), Emotion,
Evolution, and Rationality. Oxford, United Kingdom: Oxford University Press.
Tomasello, M. (1999). The Cultural Origins of Human Cognition. Cambridge, MA:Harvard
University Press.
Tomasello, M. (2014). A Natural History of Human Thinking. Cambridge, MA:Harvard
University Press.
de Waal, F. (2019). Mama’s Last Hug: Animal Emotions and What They Tell Us about
Ourselves. New York, NY: W. W. Norton & Company.