¿Cómo pensar nuestro pasado intelectual? Historia y filosofía de la ciencia desde el Nuevo Reino de Granada

Sergio Orozco-Echeverri
sergio.orozco@udea.edu.co
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia

Texto leído en el examen de ascenso a la categoría de profesor titular el 3 de abril de 2024, ante el jurado compuesto por Manuela Fernández Pinto (Universidad de los Andes), Hernán Miguel (Universidad de Buenos Aires) y Antonio Sánchez Martínez (Universidad Autónoma de Madrid).

¿Qué importancia tiene, para la historia de la ciencia, un manuscrito redactado por alguien cuya identidad se ha desvanecido en el tiempo y cuyo contenido, hasta donde sabemos, no fue ampliamente leído? ¿Qué significa, para la filosofía de la ciencia, que la historia de la ciencia continúe señalándonos un panorama que reta nuestras especulaciones sobre la naturaleza, significado e implicaciones del conocimiento del mundo natural?

El Tratado de astronomía y la reformación del tiempo, escrito por un Antonio Sánchez de Cozar en Vélez, Nueva Granada, a finales del siglo XVII, había sido tratado como un oasis en medio de un inmenso desierto: como un pintoresco parche de vegetación en medio de la amplia aridez que se decía—y, a veces, se dice aún—dominaba la escena intelectual neogranadina regentada por la escolástica. Desde la famosa Historia de la literatura en Nueva Granada de José María Vergara y Vergara escrita en el siglo XIX, hasta tratamientos más recientes —manteniendo, por supuesto, las proporciones— el Tratado se ha visto como un curioso ornamento intelectual, ingenioso y con cierta sagacidad en sus elaboraciones abstractas, pero como surgido por generación espontánea, sin dirección precisa, y atiborrado de ideas atávicas que delataban la estatura del intelecto neogranadino en comparación con sus contrapartes del norte de Europa. Algunos de estos textos reconocen el trabajo de Sánchez de Cozar como un curioso pero inútil esfuerzo intelectual que se haría aún más trivial cuando un siglo después, José Celestino Mutis, desembarcara con su cátedra de matemáticas para enseñar a los neogranadinos las sutilezas del cálculo, la geometría y la eficacia de las leyes de la naturaleza para la física, la medicina, la botánica y, por supuesto, para sus empresas de la presunta quinoa y el té de Bogotá.

Pero la historia de la ciencia aprendió, en el siglo XX, que la genialidad no es categoría explicativa y que la excepcionalidad es, más bien, falta de evidencia, de contexto y, sin duda, de creatividad. ¿Cómo interpretar el trabajo de Sánchez de Cozar? ¿De qué es evidencia? ¿De qué es indicio? En el artículo del 2021, publicado por Annals of Science, mostré que, lejos de ser una excepción, el Tratado de astronomía y la reformación del tiempo hace parte de una red de producción de conocimiento del mundo natural que se sostuvo por al menos tres siglos en el mundo Ibero-Americano. El origen de esta red se puede rastrear hasta 1492, cuando por la iniciativa editorial de Pablo de Hurus, Andrés de Li expandió el Summari d’Astrologia o Lunario del catalán Bernat de Granollachs. En la tradición ibérica de finales del siglo XV y principios del siglo XVI, los tradicionales almanaques que contenían información práctica—y que aún se publican—comenzaron a reflejar el ensanchamiento del mundo al otro lado del Atlántico y del Pacífico: los almanaques viajaron con los conquistadores, colonizadores y fueron utilizados por sus descendientes que los fueron ampliando, produciendo sus propias versiones. Desde el Codex Mexicanus del siglo XVI, ahora en París, élites Mexicas reconocieron en los almanaques algo que les era familiar: la observación de los cielos, el cálculo de sus posiciones y la interpretación de sus cambios para hacer genealogías, cronologías, explicar el clima, sembrar y curar. De manera semejante, tanto en los Mayas como en los Incas, encontramos variantes de los almanaques ibéricos, retomando algunos elementos, incorporando propios. El más famoso sea tal vez la Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, escrito a principios del siglo XVII y encontrado en una biblioteca en Dinamarca. Rico en ilustraciones, la Primer Nueva Corónica inspiró a Hergé quien en El Templo del Sol viste a los personajes que encuentra Tintín con las ropas que el cronista indígena dibujara. El Tratado de astronomía y la reformación, que por lo que sabemos hasta ahora sólo ha inspirado notas periodísticas, hace parte de esta familia.

A diferencia de tantos colonizadores, los desarrollos astronómicos, astrológicos y geográficos de los almanaques americanos no se quedaron en América. Volvieron a la península. Y así como los almanaques iniciales ofrecieron herramientas a indígenas, mestizos y criollos para interpretar la realidad circundante, América también llegó a la literatura astronómica, geográfica y cosmográfica a través de los almanaques, incluso antes que las famosas quejas y crónicas de Bartolomé de Las Casas. En 1545, el joven matemático hijo de cosmógrafo, Jerónimo de Cháves, incluyó en su traducción castellana de la Esfera de Sacrobosco referencias conceptuales, geográficas y visuales al otro lado del Atlántico, llamado allí el Mar Océano. Ante la estrechez del texto tradicional (originario del siglo XIII), Cháves encuentra en los escolios los intersticios para vislumbrar que el mundo redondo, concéntrico y de los doce vientos tenía otras tierras, otros mares y otras estrellas. El cosmos medieval, destilado en la tradición de manuales de Sacrobosco y explicado en la tradición de las Theorica Planetarum de Gerard de Cremona, no sólo resultó chico en la Varmia de Copérnico o en la Florencia de Galileo, sino también en Sevilla y Cádiz, por donde entró América. Ante la creciente demanda de un público cada vez más exigente, Cháves acude a Sacrobosco y a las Theoricas para reformar los almanaques, para explicar con sus recursos la geografía y las estrellas del llamado “Nuevo Mundo” y, de este modo, completar las esferas de la tierra y de los cielos con lo que se iban sabiendo del otro lado del Atlántico. Así, en 1548, la América que se asomaba en la traducción de Sacrobosco, aparece en la Chronographia o repertorio de los tiempos, el más copioso y preciso que hasta ahora ha salido. De las 72 páginas del almanaque de de Lí pasamos a lo que en el artículo de 2021 denominé “repertorios cosmográficos”: un género en que se encuentran los elementos teóricos de la astronomía, la cosmografía, la astrología, la medicina y la cronología con los retos prácticos de darle sentido al mundo de exploradores, colonizadores; y de los explorados y colonizados. Casi dos siglos antes de los debates en la Royal Society de Londres sobre los temores frente al clima tropical en el cuerpo de los colonizadores—y casi un siglo antes de los famosos debates de los criollos que ha estudiado en detalle el profesor Cañizares-Esguerra—los repertorios cosmográficos ya exhiben, movidos por la necesidad, las preocupaciones por la influencia de nuevas estrellas y de climas desconocidos sobre los cuerpos europeos. El desconocimiento de los recursos que el lector pudiera tener a la mano hace que los instrumentos, incluyendo instrucciones para fabricarlos y operarlos, figuren en algunos almanaques. Las inmensas tablas, más que datos o información, son reglas de cómputo e instrumentos. Para calcular la latitud, el sol; para calcular la longitud, los eclipses; para calcular la fecha del juicio final, la sucesión de eclipses desde aquél famoso de la crucifixión, en que la tierra se oscureció por varias horas.

Más que libros que contenían información útil, los repertorios son instrumentos para la interpretación del mundo natural con fines predictivos, pero no al modo de la nueva ciencia de Galileo, Newton y Locke. Al igual que cualquier instrumento, encarnan la contradicción entre lo global y lo local, entre el diseño abstracto de la herramienta, la interpretación que surge en su fabricación concreta y las modificaciones que resultan de los usos diversos en contextos tan distintos como Ciudad de Los Reyes, Vélez, Sevilla y México. Dada la pluralidad delineada en los repertorios—nada más que los contornos de las esferas terrestres y celestes, sus interacciones y su historia—, no sólo hay tantos repertorios como autores y ediciones sino también como lectores, usuarios, reproductores y adaptadores. Así las cosas, para entender esta red de explicación y predicción del cosmos que se mantuvo por casi tres siglos hace falta entender que, en la tradición de los repertorios, explicación y aplicación, justificación y uso, son dos caras de la misma moneda. Algo semejante sucede con las fuentes de validación y las epistemologías allí desplegadas: la autoridad de los antiguos y la observación, las reglas matemáticas de cálculo geográfico (lo que llamaríamos hoy astronomía de posición) y la medición concreta, la validez y la eficacia.

Me resulta imposible mantenerme en los límites del artículo del 2021: han pasado años en los que mi investigación se ha centrado, no ya en el Tratado de Sánchez como evidencia de la producción del conocimiento en Nueva Granada, sino como indicio de una forma de conocimiento que el año pasado identifiqué como sincrética. A diferencia de los valores tradicionales con los que formamos el canon que va del Renacimiento al siglo XX, pasando por la Revolución Científica y que se destilaron en las filosofías de la ciencia de la primera mitad del siglo XX, la novedad de los repertorios no está en su originalidad (en el sentido de la singularidad, es decir, de decir lo que no se ha dicho) sino en que proceden reuniendo elementos heterogéneos ya existentes. La novedad surge, entonces, de la re-configuración de lo existente en torno a una visión matemática de la realidad que evita toda identificación ligera con el instrumentalismo. Por su carácter heterogéneo, los repertorios sostienen valores epistémicos heterogéneos que, en sus detalles, resultan incompatibles y a veces contradictorios. Pero que, desde la visión de conjunto, terminan dibujando un cosmos en que las plantas, los animales, los metales, los humanos, las estrellas, los planetas, los santos, los indígenas americanos y hasta los reyes católicos tienen una historia común que se puede explicar y cuyo devenir se puede predecir con ayuda del movimiento de las dos luminarias—el sol y la luna—que dan origen al tiempo. He hablado de esto en un artículo publicado en Galilaeana.

No hay aquí, desde los puntos de vista metodológicos y epistemológicos, una variación del aristotelismo, en el sentido en que la diversidad de objetos necesita una diversidad de métodos. Los repertorios cosmográficos, incluyendo los americanos, como el de Sánchez, presentan por lo general una imagen que tiende a la unificación del cosmos en términos del espacio, movimiento y el tiempo, entendidos matemáticamente. Pero no se trata aquí del movimiento de las partes y el todo, como en el mecanicismo cartesiano. El espacio se matematiza, no con la geometría de Euclides, sino con la proyección de los círculos celestes sobre la tierra y el mar, inspirados en la recuperación renacentista de Ptolomeo pero también en los portulanos de los navegantes portugueses y castellanos. De manera semejante, el tiempo no es el flujo del cálculo leibniziano (o del método de fluxiones newtoniano) sino el resultado del cambio de posición relativa del sol y la luna en relación con la tierra, lo cual permite hilar ininterrumpidamente en una cronología astronómica la creación, el diluvio universal, la salida de Egipto, la primera venida de Cristo y, como anota Cháves en su cronología, el descubrimiento de las Indias Occidentales en 1492. Sánchez de Cozar recompone los cálculos para completar la esfericidad histórica del cosmos, incluyendo la segunda venida de Cristo y el juicio final, cuyo signo inequívoco es la conversión de la humanidad al cristianismo. Antes que un cosmos matematizado que repite ad náuseam movimientos idénticos (como criticara Isaac Barrow el universo cartesiano), el cosmos de los repertorios surge, se desarrolla y perece. Y en esos procesos, varían sus condiciones, sus relaciones con los cuerpos humanos, con las estrellas fijas y con la tierra. La cronología astronómica no es entonces el reloj cósmico que marca sin demora las horas, sino el escenario que sirve de guía para identificar las variaciones históricas: variaciones escatológicas, epistemológicas, geográficas, climáticas y en algunos casos políticas.

Desde 2021, he seguido estos rastros y he respondido preguntas sobre los repertorios que, a su vez, han dado lugar a otras preguntas. Gracias a un grant de The Renaissance Society of America, pude identificar las transformaciones en el lenguaje visual que en los repertorios va de lo alegórico a lo diagramático: de la representación mitológica de los planetas y las constelaciones pasamos, en los repertorios del siglo XVI y XVII, a las tablas como diagramas y las ilustraciones matemáticas como partes de la demostración. También, el año pasado y con un grant de The Royal Society of London, identifiqué el papel de los repertorios en las guerra de colonización entre España e Inglaterra. La información sobre América que figuraba en los repertorios resultó un valioso componente en la colonización inglesa de América y, en particular, del Caribe, gracias a los esfuerzos de Sir Joseph Williamson, presidente de la Royal Society y Secretario de Estado, y de Henry Oldenburg, primer secretario de la Royal Society, que permitieron que esta naciente institución funcionara como un canal de acceso fuera de las sospechas políticas para acopiar información y correspondencia con enemigos a finales del siglo XVII, como parte de la república de las letras. Con recurso a las humanidades digitales, con un equipo de estudiantes de pregrado y posgrado (Yonatan, Sebastián, Lorena, Julieta, Pablo, Juan Pablo y Leandro), hemos avanzado en la construcción de una base de datos de repertorios, en la identificación de sus elementos astronómicos, geográficos y naturales. Se trata de un proyecto ambicioso que sigue buscando financiación para avanzar.

Más que ejemplificar concepciones filosóficas sobre la ciencia, los repertorios abren preguntas acerca de la manera como hemos pensado nuestro pasado intelectual y, por tanto, sobre cómo nos posicionamos contemporáneamente en relación con la producción y usos del conocimiento y sus relaciones con la naturaleza. Y, en esta dirección, la diversidad metodológica y el sincretismo epistemológico, integrados a un complejo proceso de expansión geográfica, biológica, política y religiosa brindan elementos para repensar, desde la filosofía y las humanidades, el problema más urgente de nuestro tiempo: la relación de lo humano con la naturaleza.

Referencias

Orozco-Echeverri, Sergio H and Molina-Betancur, Sebastián (2021) “A mestizo cosmographer in the New Kingdom of Granada: astronomy and chronology in Sánchez de Cozar Guanientá’s Tratado (c.1696)”. Annals of Science 78, (3): 295-333; doi: 10.1080/00033790.2021.1944667

Orozco-Echeverri, Sergio H. (2023) “Popular science as knowledge: early modern Iberian-American repertorios de los tiempos”. Galilæana XX, (1): 31-64; doi: 10.57617/gal-4.

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