Espacios epistémicos seguros

Yair José Sánchez Negrette
yjose.sanchez@udea.edu.co
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia

Espacios Seguros’ es una noción que refiere a los lugares constituidos para la protección de las personas que pertenecen a grupos socialmente marginados, mediante estrategias y control institucional. Derek Anderson (2021) sostiene que en los espacios seguros hay intrínsecamente una dimensión epistémica; de ahí que se conciban los Espacios Epistémicos Seguros. Estos hacen énfasis en impedir que la opresión e injusticia epistémica afecten a grupos en su dimensión epistémica. Entre otras cosas, se espera que estos lugares fomenten el reconocimiento de diferentes tipos de conocimiento, la búsqueda de la verdad y el intercambio sano de ideas.

El concepto de “espacios seguros” ha sido utilizado en las últimas 4 décadas de diferente manera. Catherine Grimes (2020) indica que la noción hacía referencia a lugares desde los que se promovían ideas para los movimientos políticos y activistas; por lo tanto, eran seguros porque servían como “refugio” de un mundo exterior, hostil a tales ideas. Sin embargo, ella también indica que, posteriormente, los espacios seguros se convirtieron en una gama de posibilidades para la protección estudiantil, sobre todo en contextos universitarios. Allí se encontraban grupos de estudiantes en pro de la diversidad y la justicia social. El enfoque de estos sitios era crear espacios en los que los estudiantes pudiesen convivir y desarrollar su libertad y posiciones políticas de manera segura (2020). En este sentido, se puede decir que los espacios seguros son lugares de protección contra el hostigamiento social. Y, como ha mostrado la historia, los grupos e individuos que más han sufrido hostilidad por parte del mundo son las minorías étnicas, grupos de ascendencia no blanca, disidencias sexuales, mujeres y comunidades económicamente desfavorecidas. Y, cabe resaltar que la noción de espacios segurosestá estrechamente ligada a contextos académicos en los que se producen, distribuyen e intercambian conocimientos y posturas políticas.

Los contextos académicos, como escuelas y universidades, son lugares en los que confluyen múltiples identidades en proceso de construcción. Allí se reflejan estructuras y jerarquías sociales más grandes y complejas. En este sentido, estos lugares tienden a replicar las formas que la sociedad ha usado para invisibilizar y limitar la agencia epistémica de grupos sociales marginados; es decir, replican las restricciones que afectan la capacidad de producción, transmisión y uso del conocimiento (Catala, 2020). Dicho de otra manera, el pertenecer a un tipo específico de comunidad puede facilitar o dificultar los procesos de adquisición, asimilación, interpretación, comunicación y receptividad de conocimientos en el entorno escolar o universitario. Por lo tanto, los espacios seguros se convierten en epistémicos cuando son una alternativa para contrarrestar las diferentes formas en el que la producción de conocimiento diverso se ve afectado (Anderson, 2021).

Algunos de los principales problemas que se intentan remediar con los espacios epistémicos seguros son la injustica epistémica y la opresión epistémica. Ambas describen un cúmulo de situaciones respecto a la producción e intercambio de conocimientos. El primer término es propuesto por Miranda Fricker (2007). Ella explica que una injustica epistémica ocurre cuando, con base en prejuicios como el sexo, color de piel, etnia, entre otros, se anula la capacidad para transmitir conocimiento y dar sentido a experiencias sociales a un agente o grupo social. Esta puede ser de dos tipos: hermenéutica y testimonial. La primera tiene que ver con las situaciones en las que una comunidad no tiene la capacidad de entender la experiencias sociales de un agente, porque esta carece de recursos interpretativos. Esto trae como consecuencia que la credibilidad del sujeto se vea reducida, situación que pone al agente en condición de desventaja. La injustica testimonial se produce cuando el testimonio de un agente es desacreditado con base en los prejuicios que tiene el público sobre él, por ejemplo: identidad, etnia, género, nacionalidad, etc. (Fricker, 2007).

Por otro lado, el concepto de opresión epistémica, acuñado por la filósofa Kristie Dotson (2014), hace referencia a una forma de exclusión persistente. Esta exclusión impide o limita la contribución que una persona puede hacer a la producción colectiva de conocimiento. La opresión epistémica puede presentarse en varias formas. Una de ellas es la vulneración de la agencia epistémica; es decir que un sujeto se ve restringido en el uso de los recursos epistémicos colectivos, como el lenguaje y la educación, para desarrollar habilidades como agente conocedor. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el sujeto también puede ser incapaz de movilizar dichos recursos para dar sentido a sus experiencias. Todo esto puede llevar a un agente epistémico a desconfiar de instituciones, normas y valores sociales que proveen y promueven la creación de recursos epistémicos compartidos. En este sentido, la opresión epistémica restringe sistemáticamente la capacidad de un agente para emplear los recursos epistémicos colectivos; por ende, se ve afectada su capacidad de producir, contribuir y beneficiarse de la creación de nuevo conocimiento (Dotson, 2014).

Desde la perspectiva de Elizabeth Anderson (2021), en los contextos educativos usualmente se generan entornos que propician la injusticia y la opresión epistémica, lo que, a su vez, produce asimetría de poder epistémico. Esto quiere decir que en el entorno escolar y universitario no todos los grupos e identidades tienen la posibilidad de participar e influir de la misma manera en las dinámicas de adquisición, participación y uso del conocimiento. Esto se explica desde la noción de marginalización retórica. Según este concepto, los agentes que pertenecen a grupos social y políticamente marginados sufren déficits sistemáticos de credibilidad en dos formas. La primera (credibilidad normativa) tiene que ver con la receptividad del entorno, el cual puede descalificar o acreditar veracidad, precisión y honestidad sobre aquello que quiere transmitir un agente; por lo tanto, se le atribuye más o menos credibilidad. La segunda forma (credibilidad retórica) gira en torno a la percepción de un agente como competente y digno de confianza. Además, si hay una distribución desigual en la receptividad, participación y uso de la agencia epistémica en los espacios formativos, se tiende a producir un solo tipo conocimiento. En este sentido, los espacios epistémicos seguros promueven la creación e integración de conocimientos desde la perspectiva marginal y situada (Anderson, 2021). Por consiguiente, se intenta reconocer que cada grupo social expresa desde su punto de vista intereses, expectativas y experiencias.

Ahora bien, los espacios epistémicos seguros proporcionan un punto de partida para que las identidades marginalizadas se sientan seguras de expresar su posición, opinión y experiencias en los entornos educativos. Esto, entre otras cosas, tiene que ver con la autoconfianza intelectual. Este concepto indica que, con base en ciertas predisposiciones identitarias, los miembros de cualquier grupo social pueden sentir emociones positivas o negativas sobre los resultados de las propias capacidades cognitivas en un ámbito determinado. Esto puede perpetuar estructuras jerárquicas en entornos educativos, las cuales tienden a privilegiar a ciertos grupos y a descalificar a otros (Anderson, 2021). Dicha jerarquía forma representaciones sociales que tienen influencias pasivas en los grupos marginalizados; es decir, que la mera presencia de una persona perteneciente a una identidad social dominante puede causar asfixia testimonial en los grupos marginalizados (Anderson, 2021). La asfixia testimonial ocurre cuando un agente limita el propio testimonio, con el fin de garantizar que su enunciado sólo incluya contenidos para los que la audiencia demuestra comprensión (Dotson, 2011). En este sentido, el contexto genera inseguridad en lo que pretende comunicar el agente, lo que a su vez refuerza prejuicios sobre la identidad de este.

Por otro lado, en el plano de la práctica, los espacios seguros dependen de estrategias institucionales y docentes. En este sentido, las instituciones educativas deben hacer énfasis en el reconocimiento de los problemas a abordar y sus causas. Es decir, es imperativo que cada comunidad educativa reconozca la existencia de formas sistemáticas e históricas de exclusión y hostigamiento contra ciertos grupos e identidades sociales. En este orden de ideas, también es importante identificar cuáles son los elementos que incurren en la marginalización de estos grupos, por ejemplo, la asociación de la identidad de un grupo étnico con conductas delictivas y/o la vinculación de un género o identidad sexual con la falta de capacidades intelectuales para ciertos campos de estudio. A partir de esto, se deben determinar las formas en que ciertos temas han de ser tratados, con el fin de no revictimizar el agente o grupo marginalizado. A esto se añade otro ítem: reconocer que los grupos privilegiados tienen más facilidad para acceder a recursos epistémicos. Esto, según Anderson (2021), no les hace en sí mismos culpables, si no situados en una posición ventajosa. No obstante, en el ámbito académico, la limitación o facilidad para acceder a recursos epistémicos puede reforzar el imaginario social (positivo o negativo) sobre un grupo. En este sentido, los grupos privilegiados parecen tener más destrezas intelectuales, trabajar mejor ciertos temas o hablar con más propiedad en contextos académicos. Esto, más que ser la causa del privilegio, es la consecuencia de hechos históricos y sistemáticos. Así, reconocer la ventaja de ciertos grupos y la desventaja de otros es necesario para determinar las acciones de control institucional.   

Dicho lo anterior, cabe resaltar que hay resistencia por parte de los grupos privilegiados a la creación de espacios seguros. Según Anderson, la negativa se da con base en el pensamiento libre y el debate abierto (2021). Estos grupos afirman que, evadir o rehusarse a un tema por evitar la revictimización o el daño es, en sí misma, una estrategia que limita la producción de conocimiento. Dichas posiciones, como la de Frank Furedi (2016) se sustentan en la idea de los espacios académicos y escolares son intrínsecamente lugares para el debate, la discusión y el desacuerdo; por lo tanto, limitar los temas a discutir sería restringir la búsqueda de la verdad. En este sentido, dichas perspectivas afirman que se subyuga la búsqueda de objetivos epistémicos bajo la necesidad de primar el bienestar de una parte de la población estudiantil. No obstante, Anderson sostiene que, por el contrario, los espacios epistémicos seguros contribuyen a la creación de nuevo conocimiento sin necesidad de limitar la investigación académica (2021). Anderson considera que los contenidos en sí mismos no se van a eliminar. Tal es el caso del racismo. No significa que este tema será inasequible, sino que se revisarán las formas cómo se desarrolla. Por ejemplo, que el contenido sobre el que se basa la discusión de la esclavitud no recurra exclusivamente a fuentes académicas producidas por el grupo dominante. Es decir, se vela para que se incluya la perspectiva marginal en la comprensión del problema. No obstante, también se produce un control continuo sobre temas que directamente revictimizan dichas perspectivas marginales. Por ejemplo, las investigaciones que justifiquen la esclavitud en la historia (Anderson, 2021). En este sentido, la libertad académica no puede ser el bunker de temas de investigación que flagelan directa o indirectamente un grupo social. 

Finalmente, cabe resaltar que las afirmaciones de Anderson funcionan en el plano del deber ser. Esto implica que se necesitan, idealmente, ciertas características previas a los espacios escolares y universitarios: igualdad de acceso a recursos epistémicos, desarrollo de capacidades epistémicas y cognitivas. Esto, entre otras cosas, tiende a desconocer singularidades, limitaciones y barreras sociales que preceden a los entornos educativos en nuestro país. No obstante, los espacios epistémicos seguros expresan de manera coherente las ventajas epistémicas de proteger los puntos de vista marginados de la opresión e injusticia epistémicas. Sobre todo, se beneficia tanto a los grupos marginados como a los dominantes. Según Anderson, cuando se sortean o controlan tales problemas se fomenta un intercambio de ideas más sano y equitativo, participan nuevas perspectivas, las cuales pueden contribuir a entender un tema o problema desde otra aproximación (2021). Esto, a su vez, permite la búsqueda colectiva de conocimiento al integrar los puntos de vista excluidos. Lo que supone una ganancia epistémica en términos de aumento de conocimiento y pérdida de ignorancia.

Referencias

Anderson, D. (2021). An Epistemological Conception of Safe Spaces: Social Epistemology: Vol 35, No 3https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/02691728.2020.1855485?scroll=top&needAccess=true

Catala, A. (2020). Metaepistemic Injustice and Intellectual Disability: A Pluralist Account of Epistemic Agency. Ethical Theory and Moral Practice23(5), 755-776. https://doi.org/10.1007/s10677-020-10120-0

Dotson, K. (2014). Conceptualizing Epistemic Oppression: Social Epistemology: Vol 28, No 2https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/02691728.2013.782585?scroll=top&needAccess=true

Fricker, M. (2007). Epistemic Injustice: Power and the Ethics of Knowinghttps://academic.oup.com/book/32817

Furedi, F. (2016). Academic Freedom: The Threat from Within. In Unsafe Space The crisis of free speech on campushttps://www.caut.ca/bulletin/2019/11/book-review-unsafe-space-crisis-free-speech-campus

Grimes, C. (2020). A Matter of Interpretation: Examining the coded meanings of «safe space» in higher education communitieshttps://doi.org/10.13140/RG.2.2.19098.88003

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