Entre razón y emoción: hacia un modelo integrativo del juicio y la evaluación moral

María Camila Tamayo Arias
camila.tamayo@udea.edu.co
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia

La moralidad es una dimensión humana de la que difícilmente podemos escapar. Constantemente nos enfrentamos a situaciones que demandan una respuesta moral de nuestra parte, sea en términos de comportamientos concretos, de disposiciones o al impulsarnos a emitir evaluaciones de aprobación o desaprobación. Pese a la importancia y la enorme influencia de la toma de posición ética en la construcción de nuestra personalidad, en pocas ocasiones nos permitimos reflexionar en torno a aquellos mecanismos y características que posibilitan la determinación y la deliberación moral. Aspectos tales como el grado de libertad que efectivamente se materializa en nuestras decisiones, o el influjo de nuestras capacidades racionales y emocionales en el juicio moral hacen parte del conjunto de interrogantes fundamentales que la ciencia y la filosofía se esfuerzan por resolver.

En esta reflexión, el objetivo consiste en brindar una visión integrativa del rol de nuestras facultades racionales y emocionales en lo que concierne al juicio y la evaluación moral. En este sentido, y como veremos más adelante, la facultad racional, entendida como aquella que nos permite realizar distinciones conceptuales y argumentar a favor o en contra de algún punto de vista, no actúa de modo independiente. Nuestras emociones condicionan nuestra conducta, a la par que constituyen el fundamento y la mediación motivacional necesaria para llevar a cabo principios de naturaleza conceptual y racional.

Actualmente podemos encontrar diversos planteamientos que defienden una suerte de sentimentalismo moral que comparte algunos rasgos con el rol que le adjudicamos aquí a las emociones. Jesse Prinz es uno de los autores más representativos de esta perspectiva. Para Prinz (2014) la toma de posición ética es esencialmente emocional. Lo que esto implica es que nuestras emociones definen de forma exclusiva y contundente el hecho de que tomemos partido por una valoración moral específica. Tal como lo expresa nuestro autor: “…. Al equiparar los valores morales con los sentimientos, pretendo sugerir que son sentimientos y nada más” (Prinz, 2014, pp. 102 – 103). Los sentimientos son pues necesarios y suficientes para decir que tenemos una adhesión ética real a algún asunto de interés (Prinz, 2014). Desde esta concepción, el ejercicio de nuestra facultad racional se encuentra restringido a un uso de corte instrumental. La deliberación cognitiva solo nos sirve, según Prinz (2016), para representarnos y distinguir acciones y escenarios que excitan nuestras emociones; además, la razón cumple la finalidad de mostrarnos cuáles serían los medios idóneos para llevar a cabo nuestras intenciones éticas. En suma, nuestra razón solo nos revela aquellas situaciones, rasgos y conductas particulares con los cuales tenemos una vinculación afectiva previa (Prinz, 2016). Citando a Hume, quien representa el sostén filosófico básico de Prinz: “La razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas” (Hume, 1992, p. 561).

Con el objeto de fundamentar empíricamente su planteamiento, Prinz apela a diversas situaciones y mediciones experimentales que sugieren un grado de determinación conclusivo de la emotividad en la moralidad humana. De este modo, es posible encontrar estudios de neuroimagen que indican que los centros emocionales del cerebro están activos cuando las personas se enfrentan a dilemas morales (Greene et al. 2001), cuando leen oraciones que describen violaciones morales (Moll et al. 2003), o cuando observan imágenes moralmente significativas (Moll et al. 2003). Además, en estudios realizados por Prinz y colaboradores (2013), parece comprobarse que ante la incitación de nuestras emociones por medio de estímulos negativos (como música desagradable), nuestra respuesta ética se ve modificada al pasar del polo de la aprobación al polo de la desaprobación.

En contraposición al sentimentalismo moral, la visión racionalista afirma que la valoración y la determinación ética son producto de un proceso deliberativo de orden racional. Autores como Joshua Greene (2014) mencionan que en aquellos dilemas célebres de tipo utilitario, donde debemos decidir si sacrificar a un individuo (por medio de un mecanismo indirecto) en aras de proteger la vida de varios, es posible encontrar la activación de funcionales cerebrales propias de un cálculo y una evaluación de naturaleza racional. Desde esta aproximación, las emociones son vistas como elementos secundarios y contingentes que solo entran en juego como algo que se genera una vez hemos procesado cognitivamente una serie de razones y argumentos.

Ante este debate entre sentimentalismo y racionalismo, la propuesta de un filósofo como Joshua May (2019) se torna interesante y relevante. May rescata la función de nuestra capacidad racional para situarla en un escenario de influencia recíproca entre racionalidad y emotividad moral. Este enfoque investigativo nos permite introducir el modelo integrativo entre razón y emoción que constituye el punto de partida y de defensa central de esta reflexión.

Para May (2019), el juicio y la evaluación moral presentan rasgos que asociamos fundamentalmente con la racionalidad o la emotividad. Para mostrar el influjo de la racionalidad sobre nuestras emociones es posible citar experimentos que comprueban cómo mediante esfuerzos cognitivos conscientes podemos transformar nuestra respuesta afectiva ligada a prejuicios de orden racial (Kennett y Fine, 2009). Sumado a esto, el caso de quienes optan por un vegetarianismo moral apoya tal aproximación, pues estos sujetos desarrollan una disposición sentimental desaprobatoria y de asco frente a la carne no porque tuviesen previamente una emoción de tal tipo, sino porque logran adquirirla a partir de un proceso de análisis consciente (Fessler et al. 2003).

De otra parte, hay evidencia que sugiere que las emociones afectan nuestras consideraciones racionales y son necesarias para el juicio y la evaluación ética. May (2019) expone aquellas situaciones donde nuestros apegos afectivos orientan nuestra capacidad discursiva hacia el desarrollo de una serie de argumentos que concuerdan con nuestras motivaciones sentimentales. Asimismo, es relevante considerar la incapacidad manifiesta de los individuos tipificados como psicópatas para tener disposiciones y comportamientos éticos. Esta dificultad puede ser producto de la atrofia que han sufrido en mecanismos cerebrales asociados con respuestas emocionales (por ejemplo la amígdala) (May, 2019). Añadido a lo anterior, es interesante considerar el caso en el que Damasio (1994) presenta un conjunto de sujetos que no tienen los marcadores somáticos adecuados para tomar decisiones; este impedimento en su patrón de respuesta corporal y emotiva puede llevar a determinaciones inmorales e irracionales.

Al encontrarnos frente a este conjunto de evidencia empírica, no queda más que cuestionarnos si es realmente posible asumir una interpretación de nuestro ejercicio moral que opte de modo exclusivo por el ámbito de la racionalidad o por el ámbito sentimental. Todo parece apuntar a que es necesario dirigir nuestros esfuerzos hacia la constitución de un modelo integrativo y dinámico que logre dar cuenta de la influencia recíproca de estas dos facultades. En últimas, ¿cómo sería posible que lográsemos transformar nuestra respuesta moral afectiva si aquello que condiciona de forma determinante nuestras posiciones éticas es la emotividad misma? ¿Cómo lograríamos trastocar de modo profundo nuestras conductas y nuestras actitudes si los argumentos racionales solo nos revelan hechos del mundo con los que tenemos una vinculación sentimental previa? Además, ¿cómo sería posible motivarnos hacia la acción, lo cual constituye un factor clave para una postura moral auténtica, si no tomamos en cuenta el influjo que nuestros sentimientos ejercen sobre nuestras consideraciones racionales? Todas estas preguntas solo parecen poder ser resueltas con ayuda de tal perspectiva integrativa.     

Referencias

Damasio, A. R. (1994). Descartes’ Error: Emotion, Reason, and the Human Brain. New York: Avon Books.

Fessler, D. M. T., Arguello, A. P., Mekdara, J. M. y Macias, R. (2003). Disgust Sensitivity and Meat Consumption: A Test of an Emotivist Account of Moral Vegetarianism. Appetite, 41 (1), 31–41.

Greene, J. D., Sommerville, R. B., Nystrom, L. E., Darley, J. M., y Cohen, J. D. (2001). An fMRI Investigation of Emotional Engagement in Moral Judgment. Science 293, 2105– 2108.

Greene (2014). Beyond Point-and-Shoot Morality. Ethics, 124 (4), 695–726.

Hume, D. (1992). Tratado de la Naturaleza Humana. Madrid: Editorial Tecnos.

Kennett, J. y Fine, C. (2009). Will the Real Moral Judgment Please Stand Up? Ethical Theory and Moral Practice, 12 (1), 77–96.

May, J. y Kumar, V. (2019). Moral reasoning and emotion. En A. Zimmerman, K. Jones, y M. Timmons (Ed.), The Routledge Handbook of Moral Epistemology (pp. 139 – 156). New York: Taylor and Francis Group.

Moll, J., de Oliveirra – Souza, R., y Eslinger, P. J. (2003). Morals and the human brain: A working model. Neuroreport 14 (3), 299–305.

Prinz (2014). Where Do Morals Come From? – A Plea for a Cultural Approach.  En M. Christen, C. van Schaik, J. Fischer, M. Huppenbauer y C. Tanner (Ed.), Empirically Informed Ethics (pp. 99 – 116). New York: Springer Publishing.

Prinz (2014). The emotional basis of moral judgments. Philosophical Explorations: An International Journal for the Philosophy of Mind and Action, 9 (1), 29-43.

Prinz (2016). Sentimentalism and the Moral Brain. En S. Matthew Liao (Ed.), Moral Brains The Neuroscience of Morality (pp. 45 – 73). Oxford: Oxford University Press.

Seidel, A. and Prinz, J. J. (2013a). Mad and Glad: Musically Induced Emotions Have Divergent Impact on Morals. Motivation and Emotion, 37 (3), 629–637.

Últimas noticias

La caracterización instrumental de materiales: coloquio 2025-1

Violencia y animales: Yonatan Durán becado para doctorado

La mente extendida y el transhumanismo: nuevo artículo del profesor Ángel Rivera-Novoa

Suscríbe
NEWSLETTER