Daniel Mejía Saldarriaga
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
Parece que Alan Sokal no era consciente de la caja de Pandora que destaparía al publicar su engañoso artículo en 1996. La cantidad de difusión que alcanzó el llamado “escándalo Sokal” permitió que salieran a flote las manifestaciones más ortodoxas de la filosofía de la ciencia, pero también las demandas filosóficas por hacer reflexiones más rigurosas que un simple fraude publicado. Así surgieron las “guerras de la ciencia”: una serie de debates en los cuales el afán por responder las críticas y destruir al enemigo impedía sentarse a reflexionar sobre qué estaba ocurriendo y qué era lo que causaba el desacuerdo entre las partes enfrentadas. De este modo, Cudd (2001, p. 79) afirma: «claramente había un desacuerdo; sobre qué, sin embargo, no era claro. Era igualmente claro que los dos grupos estaban hablando a menudo el uno del otro».
Si se quiere explicar los desacuerdos de los cuales dan cuenta las discusiones de las guerras de la ciencia, resulta útil comenzar por las explicaciones que ofrecen los mismos participantes de estas discusiones. Así, pueden identificarse al menos cinco versiones del desacuerdo; en primer lugar, aunque Cudd (2001) reconoce que no era claro en qué radicaba el desacuerdo entre los debatientes, considera que hay una tensión particular a partir de la interpretación del concepto de objetividad. Este desacuerdo específico ocurre en tanto algunos utilizan el concepto de manera metafísica, mientras que otros lo utilizan de manera epistémica.
En segundo lugar, Ashman (2001) afirma que el desacuerdo de las guerras de la ciencia es acerca de la naturaleza y del proceso de la ciencia. Este autor está de acuerdo con Cudd (2001) en que tal desacuerdo se produce, por ejemplo, cuando filósofos y sociólogos rechazan de diferentes maneras la noción de objetividad que aducen los científicos al decir que la ciencia es objetiva.
En tercer lugar, para Pinch (2001), el malentendido radica en una impresión errada por parte de los científicos, pues consideran que la ciencia posee un privilegio epistemológico que la diferencia de cualquier otro tipo de conocimiento o actividad. Así, lo que hacen los estudios sociales de la ciencia es comparar a la ciencia con otros tipos de conocimiento o actividades, lo cual produce la sensación de que se está socavando la ciencia. Es esta impresión la que genera el malentendido.
En cuarto lugar, Saulson (2001) realiza una anotación interesante en su análisis de los estudios de Collins (1975, 1981, 1992) sobre el nacimiento de la tesis de las ondas gravitacionales en los 70. Afirma que mientras que a ellos (científicos) les interesa el funcionamiento de la ciencia en relación con el progreso y el éxito, a Collins (sociólogo) le interesa el comportamiento de los científicos cuando las respuestas están en duda; es decir, Collins está interesado en las controversias que se generan en el “camino al progreso”. Así, este choque entre intereses provoca malentendidos y determina, al mismo tiempo, la forma en la que pueden relacionarse el científico y el sociólogo.
En último lugar, para Shapin (2001), una de las razones por las cuales no hay acuerdo es porque a veces se falla en reconocer las intenciones disciplinares. En concreto, los científicos creen que los sociólogos tienen intenciones normativas cuando llevan a cabo afirmaciones acerca de la ciencia; es decir, creen que los sociólogos quieren prescribir sobre su actividad, cuando en realidad no es así.
Ahora bien, parto de la idea según la cual toda explicación del desacuerdo es parcial. Ninguno de los argumentos que ofrecen los autores expuestos pretende explicar todo tipo de diferencia de opinión, sino que se remiten a diferencias particulares de la discusión. En este sentido, es posible identificar, a partir de las versiones presentadas, al menos dos tipos de explicación del desacuerdo: el primero es el desacuerdo sobre conceptos (Cudd; Ashman) y el segundo es el desacuerdo sobre intereses (Pinch; Saulson; Shapin).
El primer tipo de explicación, propuesto por Cudd (2001) y luego adoptado por Ashman (2001), centra la diferencia en la forma en la que se utiliza el concepto de objetividad. Esta idea pone de relieve que los debatientes no comparten los mismos supuestos metafísicos. Es decir, que mientras que los defensores de la objetividad metafísica suponen la existencia de un mundo real y objetivo, no lo suponen así los que apuestan por una objetividad epistémica.
El segundo tipo de explicación es el que predomina para los autores mencionados. Según éste, el desacuerdo depende de una diferencia de intereses en los participantes. Lo relevante de este tipo de explicación es que apela a algún tipo de fallo en el intercambio argumentativo de los debatientes. En la versión de Pinch (2001), el fallo lo tienen los científicos al no comprender las intenciones de los estudios sociales de la ciencia; es decir, al entender la comparación que estos estudios realizan entre la ciencia y otras actividades humanas como un intento por socavar la ciencia misma.
Desde la posición de Saulson (2001), es posible afirmar que el fallo ocurre en la medida en que los científicos no comprenden que el interés de la sociología se dirige a los casos de controversia de la comunidad científica. Así, la frustración del científico es apenas normal en tanto no encuentra un interés por los casos de éxito de la ciencia sino por los contrarios.
Shapin (2001) explica el fallo arguyendo que la comunidad científica se comporta como una familia en la cual solo se aceptan afirmaciones atrevidas por parte de los familiares. En el momento en el que un forastero proclama alguna afirmación atrevida, es señalado negativamente por querer prescribir sobre la actividad de una familia que no es la suya.
En conclusión, es justo afirmar que la forma predominante en la que los participantes de las guerras de la ciencia explican el desacuerdo en el que se ven inmersos consiste en apelar a algún tipo de fallo en la interpretación de los científicos. En este sentido, consideran que el desacuerdo es espurio, puesto que podría resolverse si los científicos comprendieran adecuadamente las pretensiones de los estudios sociales de la ciencia. Ahora bien, ¿deberíamos fiarnos de este tipo de explicación?, ¿es esta la mejor forma en la que pueden explicarse los desacuerdos de las guerras de la ciencia?
Mi sospecha es que este tipo de explicación atiende a una concepción del desacuerdo heredada de la tradición filosófica moderna según la cual un desacuerdo es generado por algún tipo de imperfección en el conocimiento de alguno de los debatientes o en la comunicación de los mismos. No obstante, la tradición no es garantía de verdad y, en el caso de la reflexión sobre el desacuerdo, los estudios contemporáneos en los campos de la teoría de la argumentación (Gómez, 2012; Eemeren, F. H. van & Grootendorst. R., 2011; Perelman, & Olbrechts-Tyteca, 1989), la lógica informal (Walton, 2005), la epistemología (Goldman, 2014; Christenen, 2014) y la filosofía (Gallie, 1998; Stevenson, 1944; Toulmin, 1977; Fogelin, 1985; Mason, 1993) han demostrado que no es necesario acudir a algún tipo de fallo para explicar el desacuerdo. Así, parece necesario acudir a un marco teórico distinto para explicar el conflicto de las guerras de la ciencia.
Referencias:
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