Sebastián Mejía Rendón
Jsebastian.mejia@outlook.com
https://jdemejia.wordpress.com
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
Nuestra experiencia del mundo es rica y variada. Generalmente la mayoría de nosotros podemos ver, oír, sentir cosas del mundo. Cuando vemos una manzana roja y la tomamos para morderla, tenemos una serie de experiencias perceptuales (gusto, olfato, tacto, etc.). Además de estas experiencias perceptuales, nosotros sentimos -algunas veces- que nos pica la barba después de afeitarnos, sentimos nuestro dedo gordo del pie o cierto tipo de alegría porque Nairo Quintana ganó la vuelta a España. Podríamos decir que a grandes rasgos todas estas experiencias conforman nuestra experiencia fenomenológica del mundo, es decir, nuestra forma particular de ver y sentir las cosas o, como lo llamaría Thomas Nagel, tenemos un what-it’s likeness particular (Nagel, 1974).
Ahora bien, intente pensar que usted tiene un algún tipo de fenomenología parecida a la anterior, pero no es ni sensorial ni corporal, sino cognitiva. ¿Suena extraño?, ¿no?, pues precisamente esta intuición guía los debates sobre la existencia de la fenomenología cognitiva. Los debates sobre la fenomenología cognitiva se han centrado en la pregunta sobre si las actitudes proposicionales (tales como las creencias, los deseos, los juicios, etc.) tienen una fenomenología asociada (es decir, un tipo de sensación). La respuesta a esta pregunta, según Tim Bayne (2009), ha dividido el partido entre conservadores y liberales: por un lado los conservadores como Carruthers (2003) y Clark (2002) niegan que las actitudes proposicionales tengan una fenomenología propia o que exista una fenomenología específica asociada a cada una de las actitudes proposicionales, pues, de lo único que somos fenomenológicamente conscientes es de los contenidos perceptuales (imágenes y emociones). Por otro lado, liberales como Pitt (2004), Siewert (1998) y Strawson (1994) sostienen que somos fenomenológicamente conscientes de nuestras actitudes proposicionales (Bayne & Montague, 2011) y que podemos tener distintos tipos de experiencias cognitivas totalmente aisladas de nuestra experiencias perceptuales (understanding experience, linguistic experiences, meaning experience) (Pitt, 2004; Strawson, 2011).
La tesis de la fenomenología cognitiva habla entonces de la fenomenología asociada o propia de las actitudes proposicionales. Esta tesis versa exclusivamente sobre las ‘actitudes’ y no sobre los contenidos de estas actitudes. En este punto es necesario distinguir la tesis de la fenomenología cognitiva de la tesis de la intencionalidad fenoménica. La intencionalidad fenoménica sostiene que los contenidos de nuestros estados intencionales están determinados fenoménicamente (Horgan & Tienson, 2002; Pitt, 2004). Esto quiere decir que nuestros estados intencionales o actitudes proposicionales tienen un contenido que está determinado exclusivamente por nuestra fenomenología cognitiva. Nótese que la intencionalidad fenoménica es una tesis relacionada con los contenidos de nuestras actitudes proposicionales, que son fijados fenoménicamente, y no sobre las actitudes proposicionales, como sí lo hace la tesis de la fenomenología cognitiva. Sin embargo, estas tesis no están claras en el debate y algunos autores parecen defender la fenomenología cognitiva por medio de argumentos que apelan al contenido fenonénico de los estados mentales (Montague, 2015).
Pese a las confusiones del debate, los partidarios fenomenología cognitiva parecen esbozar por lo menos dos argumentos claros. Estos son, según Martha Jorba (2016), los argumentos de contraste y el argumento de los sentimientos metacognitivos. La afirmación anterior sin descuidar que hay otros tipos de argumentos para sostener la fenomenología cognitiva y la intencionalidad fenoménica; tal y como el argumento de la introspección, el self-knowledge o conocimiento de sí mismo y grounding-content o contenidos de base. Para detallar estos argumentos véase Bayne y Montague (2011).
En primer lugar, los argumentos de contraste fenoménico presentan casos reales o imaginarios en los cuales dos personajes, ante un mismo estímulo sensorial, difieren en su fenomenología, esto es, en su forma de ver y sentir los estímulos. Por ejemplo, el argumento clásico de contraste plantea el caso de dos personajes que tienen el mismo estímulo externo (noticias en un idioma determinado), pero sólo uno de los personajes entiende la noticia porque está en su idioma. El contraste se debe, según se argumenta, a que uno de los personajes tiene algo así como una “experiencia de entendimiento” (understanding experience), mientras que el otro personaje no la tiene (Strawson, 1994). Otras variantes del argumento, además, señalan casos en donde un solo personaje (Zombie) escucha frases ambiguas (Siewert, 1998b) o intuye fórmulas matemáticas (Chudnoff, 2014) o tiene duplicados en tierras gemelas (Horgan & Tienson, 2002) o se entera de verdades matemáticas a pesar de no tener ningún tipo de sensaciones perceptuales ni estados emocionales (Siewert, 1998a). Esta clase de argumento explica que la diferencia o el contraste fenomenológico entre los personajes se debe a que los estados cognitivos los ponen a ellos en estados fenoménicos que no son del todos reducibles a estados sensoriales (Chudnoff, 2014). Así, la única manera de explicar el contraste en la fenomenología de los dos personajes es apelar a la fenomenología cognitiva (Kriegel, 2006). Estos argumentos apuntarían que el contraste en cada uno de ellos implica la existencia de la fenomenología cognitiva que es diferente de la fenomenología sensorial.
En segundo lugar, el argumento de los sentimientos metacognitivos se centra en un tipo de sensación cognitiva que no se reduce enteramente a las instancias corporales. Sin comprometerse con la tesis de la fenomenología cognitiva, Joëlle Proust define los sentimientos metacognitivos como sentimientos experienciados mientras se ejecutan tareas cognitivas, tal como recordar o calcular (Proust, 2015b). Según esta autora, los sentimientos metacognitivos tienen una función de monitoreo de nuestros propios estados mentales (Proust, 2016). Este monitoreo no necesita de la capacidad lingüística ni conceptual de los agentes, pues estudios en psicología del desarrollo y etología han demostrado que tanto los niños como los animales no-humanos presentan tal capacidad metacognitiva basada en la elicitación de sentimientos metacognitivos (Proust, 2015a).
Ahora bien, los sentimientos metacognitivos entran al debate de la fenomenología cognitiva después de que Alvin Goldman afirmase que el fenómeno conocido como “lo tengo en la punta de la lengua”, que es considerado un sentimiento metacognitivo, es una instancia de fenomenología cognitiva (Goldman, 1993). Según esta perspectiva, las sensaciones metacognitivas tales como tratar de recordar un nombre pero no dar con él (tip-of-the-tongue phenomenon), sentir que se sabe algo (the feeling of knowing), sentirse seguro en una respuesta que dimos pues la consideramos correcta (the feeling of confidence) y sentir que se nos olvida algo (feeling of forgetting) parecen ser instancias de fenomenología cognitiva.
Hay que decir que no todos están de acuerdo con la premisa según la cual los sentimientos metacognitivos son instancias de fenomenología cognitiva. Algunos autores sostienen que la explicación de los sentimientos metacognitivos es independiente de la verdad o falsedad de la tesis de la fenomenología cognitiva, pues así esta tesis resultara falsa, esto no conllevaría a negar los sentimientos metacognitivos (Arango-Muñoz, 2014; Dokic, 2012). Inclusive, algunos autores han sostenido que los sentimientos metacognitivos son experiencias corporales totalmente independiente de las experiencias cognitivas (Arango-Muñoz, 2017). Los sujetos se basan en señales sensoriales y reacciones corporales (tal como la contracción del músculo corrugador ante una tarea de esfuerzo cognitivo) para monitorear sus procesos mentales, porque carecen de cualquier fenomenología cognitiva que permita a los sujetos hacer introspección directamente de sus actitudes cognitivas (Arango-Muñoz, 2017).
En conclusión, como vimos en esta entrada, el debate de la fenomenología cognitiva ha girado en torno a la pregunta de si nuestras actitudes proposicionales tienen una fenomenología propia y asociada. Los defensores de la fenomenología cognitiva han respondido que nuestras actitudes proposicionales tienen una fenomenología propia. A diferencia de la tesis de la intencionalidad fenoménica, la tesis de la fenomenología cognitiva es sobre las actitudes psicológicas y, no, sobre el contenido de tales actitudes. Los defensores de la fenomenología cognitiva han presentado distintos argumentos entre los cuales se cuentan los argumentos de la introspección, contraste fenoménico, contenido de base y, recientemente, los sentimientos metacognitivos. La tesis de la fenomenología cognitiva, de ser cierta, invita a aclarar diversos temas relacionados con nuestra vida mental; por ejemplo, cuál es la naturaleza de nuestros estados mentales. A su vez, la tesis de la fenomenología cognitiva invita también a pensar y discutir contra los esquemas clásicos de pensamientos, según los cuales, nuestra vida cognitiva está guiada por una estructura computacional rígida que pone lo fenoménico únicamente en el ámbito de lo meramente corporal. Es por esto que el debate sobre la existencia de la fenomenología cognitiva sigue ocupando a los estudiosos de la filosofía de la mente y las ciencias cognitivas.
Referencias
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