¿Debe ser público el conocimiento? Una reflexión desde Francis Bacon

Juan Fernando Álvarez Céspedes
juan.alvarez29@udea.edu.co
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia

En los contextos académicos (principalmente en las universidades públicas) se suele escuchar que el conocimiento debe estar disponible para todos, que los resultados de las investigaciones de los estudiosos de un tema u otro deberían estar a la mano de cualquier persona que los quiera consultar, que la disponibilidad de material bibliográfico no debe ser un obstáculo para saciar cualquier apetito cognitivo que se tenga, etc. Este discurso, en suma, sostiene que el conocimiento debe ser de dominio público y ha promovido, por ejemplo, la realización de muchas páginas web en las que uno puede acceder gratuitamente casi que a cualquier texto filosófico, científico, historiográfico, literario y de cualquier otra índole. A primera oída esto parece ser una ventaja incomparable tanto para las personas que estamos sumergidas en la academia, como para quienes pretenden comenzar a nadar en estas turbulentas aguas. Pero, ¿qué tan ventajoso es realmente lo que propone este discurso?

Francis Bacon (1561-1626) fue uno de los autores que se preocupó por el papel que debía desempeñar el conocimiento científico en la sociedad. No por nada John Henry (2002) sostiene que “en nuestros términos, Bacon fue un filósofo de la ciencia –tal vez el primero que realmente importó” (p. 2). Uno de los principales planteamientos del autor tiene que ver con que el conocimiento debe ser una tarea de un numeroso grupo de individuos organizados y con que, además, el conocimiento debe desembocar en obras e instrumentos que mejoren la calidad de vida de los seres humanos (Bacon, 2011, pp. 43-44). Algunos intérpretes del pensamiento baconiano han sostenido la tesis de que esta propuesta busca mostrar que el conocimiento debe ser de carácter público. Julian Martin (1992, p. 163) y Paolo Rossi (1996 p. 32) son de esos intérpretes que proponen la mencionada tesis. Inclusive, Rossi (1998) planteó que Bacon se distanció del saber secretista y hermético y se inscribió en una tradición en la que “las teorías deben ser comunicables íntegramente y los experimentos pueden poder repetirse indefinidamente” (p. 34).

A mi modo de ver, Martin y Rossi se equivocan al proponer la tesis mencionada. Es cierto que Bacon promovió una idea del conocimiento científico según la cual se debe abandonar discursos oscuros y secretistas (como el de las tradiciones herméticas y mágicas) que no permitiera la transmisión de dicho conocimiento. Sin embargo, en la Nueva Atlántida Bacon no descarta la posibilidad de que los centros de investigación científica puedan guardar ciertos secretos y que, ni siquiera, se los revelen al Estado. En esta obra el autor describe la agradable manera en la que sería una sociedad que acogiese su propuesta sobre cómo debe ser el conocimiento del mundo natural. Así pues, en el centro de esta sociedad, se encuentra una institución de investigación científica apoyada por el Estado, la Casa de Salomón. Tal institución contaba con múltiples instalaciones en las que se podía llevar a cabo experimentos, contaba con un grupo determinado de hombres que unían sus esfuerzos en diferentes tareas, contaba con lugares de construcción de instrumentos, etc. Ahora bien, hacia el final de esta ficción literaria el Padre de la Casa de Salomón afirma:

Y otra cosa que también hacemos es celebrar consultas sobre qué inventos y experimentos, de los descubiertos por nosotros, deben de hacerse públicos y cuáles no, jurando todos guardar el secreto sobre aquellos que pensamos conveniente ocultar, aunque algunos de éstos, a veces, los revelamos al Estado. (Bacon, 2014, p. 247)

Afirmar, entonces, que una de las características principales de la concepción baconiana de la ciencia es su elemento público es problemático, pues el conocimiento debe ser, más bien, una empresa colectiva, la cual requiere de la jerarquización de un grupo de individuos que se esfuercen en cumplir labores diferentes a la hora de conocer la naturaleza. De manera que hay una gran diferencia entre plantear que el conocimiento, para Bacon, debe ser de carácter público y decir que debe ser de carácter colectivo. Los planteamientos de Martin y Rossi olvidan la prevención de Bacon de que al conocimiento accedan todos y, en últimas, parecen olvidar la famosa tesis baconiana según la cual la ciencia es poder (N. O., I, III). Si la ciencia es poder, entonces sería problemático que la ciencia estuviera al acceso de cualquiera, pues podría caer en las manos equivocadas.

En suma, los planteamientos de Bacon permiten reflexionar acerca de si el carácter público del conocimiento es realmente ventajoso, pues es una cuestión que no se puede tomar tan a la ligera. Claramente es una gran ventaja que en nuestros días podamos acceder a tanta información de manera fácil, rápida y gratuita. Asimismo, es útil que podamos discutir nuestros avances investigativos con muchas personas que tengan nuestros mismos intereses. Empero, defender la idea de que el conocimiento debe ser de dominio público puede tener ciertos problemas, que con Bacon se pueden comenzar a entrever (aunque algunas veces los intérpretes oscurezcan el asunto).

Referencias

Bacon, F. (1988). El avance del saber. Madrid: Alianza Editorial S. A.

________. (2011). La gran restauración (Novum Organum). Madrid: Editorial Tecnos.

________. (2014). La Nueva Atlántida. M. de Robles (tr.), Utopías del Renacimiento (pp. 235-273). Bogotá: Fondo de Cultura Económica.

Henry, J. (2002). Knowledge is Power. Francis Bacon and the Method of Science. Cambridge: Icon Books.

Martin, J. (1992). Francis Bacon, the State and the Reform of Natural Philosophy. Cambridge: Cambridge University Press.

Rossi, P. (1996). Bacon’s idea of science. M. Peltonen (ed.), The Cambridge Companion to Bacon (pp. 25-46). Cambridge: Cambridge University Press.

_______. (1998). El nacimiento de la ciencia moderna en Europa. Barcelona: Crítica.

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