Francis Bacon y el desarrollo histórico del conocimiento

Por Juan Fernando Álvarez Céspedes

En 1620, Francis Bacon publica dos de las obras por las que hoy se le suele conocer: La Gran Restauración y el Novum Organum. En ambas el autor plantea, entre otras tantas cosas, que las ciencias de la época no servían para alcanzar un conocimiento adecuado de la naturaleza y que, por lo tanto, debe llevarse a cabo una restauración en el conocimiento. Este proyecto de restauración tiene como punto de inscripción un acontecimiento de índole teológica, el cual consiste en que Dios le había conferido a Adán, por un lado, un estado de inocencia y, por otro, un conocimiento y dominio perfectos sobre la naturaleza; sin embargo, debido a la caída o pecado original Adán perdió su estado y su derecho naturales.

Ahora bien, Bacon sostiene que, aunque no se puedan revertir totalmente ese estado y ese derecho, cierta restauración del estado de inocencia se puede llevar a cabo a través de la religión y la fe; además, cierta restauración del conocimiento y dominio sobre la naturaleza se puede ejecutar a través del trabajo en las artes y las ciencias. Cabe decir que el asunto de la caída no es algo que sólo influenció a Bacon, sino que, asimismo, tal asunto permeó a gran parte de la filosofía moderna temprana. Peter Harrison desde el inicio de su libro The Fall of Man and the Foundations of Science da cuenta de este fenómeno diciendo que:

(…) las diversas soluciones ofrecidas al problema del conocimiento en el periodo moderno temprano están estrechamente relacionadas con las evaluaciones de qué depredaciones físicas y cognitivas fueron sufridas por la raza humana como una consecuencia de la infracción original de Adán (2007, p. 6).

Bacon muestra en el Novum Organum que la caída corrompió a la mente humana, a los sentidos y a la naturaleza. De manera que su propuesta en este texto está dirigida, en parte, a ofrecer ayudas a la mente y a los sentidos, es decir, a ofrecer un método determinado para que el proceso de adquisición del conocimiento sea exitoso. La caída en el pecado, además, desencadenó un proceso de degradación del conocimiento, el cual se agudizó con la llegada de las escuelas de Platón y Aristóteles. Ambos autores, según el Lord Canciller, redujeron la investigación de la naturaleza a meras disputas verbales, ninguno consideró una aproximación experimental al mundo natural, ni tuvo en cuenta el aspecto operativo que debe tener la ciencia (Bacon, 2011, p. 14). A los ojos de Bacon, estos factores son problemáticos, debido a que las ciencias de su época son heredadas principalmente de los griegos (N.O., I, 71) y, por lo tanto, su “diagnóstico” de la situación del conocimiento no es precisamente un diagnóstico, sino una denuncia.

Empero, que la caída haya provocado un proceso de degradación del conocimiento indica que aquel conocimiento más cercano en el tiempo a dicho acontecimiento es más adecuado. Dicho de otra manera, el saber que se haya desarrollado en épocas antiguas con más cercanía a la caída de Adán está, asimismo, más cercano a la verdad. En consecuencia, para Bacon algunas propuestas de los llamados “filósofos presocráticos” eran más valiosas que las del mismo Platón o Aristóteles. Igualmente, este autor reivindica los mitos antiguos afirmando que éstos contienen verdades ocultas y que, por ende, su origen no se da en poetas como Homero o Hesíodo (éstos son meros recitadores), sino que “[los mitos] son como reliquias sagradas y auras tenues de tiempos mejores que, partiendo de tradiciones de naciones más antiguas, llegaron hasta las flautas y trompetas de los griegos” (Bacon, 2014, pp. 13-14). El Lord Canciller ve a los mitos, entonces, como producto de cierta antigüedad primitiva, lo cual los hace dignos de estudio. Muestra de esto es la interpretación que hace Bacon de treinta y un mitos, presentada en su libro La sabiduría de los antiguos.

En este contexto, Bacon afirma que “(…) el Tiempo (como un río) ha traído hasta nosotros las cosas ligeras e hinchadas, pero ha sumergido las pesadas y sólidas” (2011, p. 14). Mediante esta metáfora, el autor revela su perspectiva histórica del desarrollo del conocimiento. En tal perspectiva se plantea que, gracias a ese proceso de degradación cognoscitiva producido por la caída, hasta la época sólo había llegado lo ligero e hinchado, es decir, habían llegado las propuestas más superficiales, plagadas de vanidad y alejadas de la de verdad. Por otro lado, los conocimientos más sólidos o mayormente acercados a la verdad se perdieron, quedó poca noticia de ellos o fueron eclipsados por el énfasis que se hizo en la filosofía platónica o aristotélica en el siglo XVII y, especialmente, en los siglos anteriores.

Uno de los intérpretes de Bacon más citados es Benjamin Farrington, quien dedica la cuarta parte de su texto Francis Bacon. Filósofo de la revolución industrial al desarrollo intelectual del autor durante los años 1603 y 1609. Farrington afirma hacia el final de dicha sección que “toda la historia de la filosofía le parecía a Bacon una especie de vagabundeo por el desierto” (1950, p. 74). A mi juicio, esta afirmación es problemática en virtud de su imprecisión. Si Bacon hubiese concebido que la historia de la filosofía sólo estaba compuesta por las propuestas platónicas y aristotélicas, Farrington tendría razón al afirmar que toda la historia de la filosofía daba cuenta de un vano vagabundeo por tierras estériles. Empero, como se sabe y como fue esbozado aquí, la perspectiva histórica de Bacon es mucho más amplia y compleja. El Lord Canciller no niega que hubo muchos otros filósofos que investigaron de una u otra manera la naturaleza. En el aforismo 71 del Novum Organum, por ejemplo, se menciona a Empédocles, Heráclito, Parménides, Demócrito y a algunos otros filósofos como poseedores de una manera más adecuada de investigar, si se le compara con la de los sofistas, con la de Platón o con la de Aristóteles.

Esa alusión metafórica de Farrington a que la historia de la filosofía sea un “vagabundear por el desierto”, tiene que ver con lo que Bacon denomina los signos de los frutos (N.O., I, LXXIII). Los cuales se explican a través de la idea que constantemente defendió el Lord Canciller, la cual consiste en que hay que acoger en la ciencia el principio religioso de que la fe debe de mostrarse en obras. Así pues, la concepción baconiana del conocimiento dista de esa postura aristotélico-escolástica que sostenía que el conocimiento es mera contemplación y que debe buscarse por sí mismo, ya que la ciencia debe tener ciertos frutos, o sea, debe tener un componente operativo que dé cuenta de lo que se conoce.

La parte operativa de la ciencia en Bacon está referida a la manera en la que actúa el hombre sobre la naturaleza, lo cual quiere decir que las obras, acciones o experimentos son parte constitutiva de la ciencia concebida correctamente. Sin embargo, dice Bacon “(…) de estas filosofías griegas (…) apenas se puede aducir un experimento que aspire a aliviar y mejorar el estado de la humanidad” (N.O., I, LXXIII), por lo que tales filosofías son, como dice Farrington, un vagabundear por el desierto, es decir, son estériles en obras. En conclusión, Bacon sí ve lo planteado por Platón y Aristóteles como un mal paso en la historia del saber; no obstante la afirmación que tan enfáticamente expresa Farrington tiene sentido, si por “historia de la filosofía” se habla únicamente de estos dos filósofos griegos, lo cual es considerablemente problemático puesto que tal visión de la historia de la filosofía no es la de Bacon. El desarrollo histórico del conocimiento desde una concepción baconiana debe ser mucho más precisada, pues hay que tener en cuenta que la historia del conocimiento es la historia de un proceso de degradación producido por la caída en el pecado, pero que ello no significa que todo el conocimiento haya sido, sea y será un errar por el desierto.

Referencias

Bacon, F. (2011) La gran restauración (Novum Organum) (Miguel Ángel Granada, tr.). Madrid: Tecnos.

________ (2014) La sabiduría de los antiguos (Silvia Manzo, tr.). Madrid: Tecnos.

Farrington, B. (1950) Francis Bacon. Filósofo de la revolución industrial (Rafal Ruiz de la Cuesta, tr.). Madrid: Ayuso.

Harrison, P. (2007) The fall of man and the foundations of science. Cambridge: Cambridge University Press.

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